“El que alcanza a ser filósofo ¡desaparece!”. Basta solamente esa frase para hacer ingresar a Omar Viñole al paraíso inubicable de la filosofía argentina invisible. Aquella que inventó sus propios términos y sus propias condiciones, una filosofía que eludió –omitió- todos los obstáculos (¡que el pudor no nos permita añadir “epistemológicos”!) que ya vienen prearmados en el circuito de la mercancía filosófica de importación, el patrón oro universal asignado a lo intransable, a lo invaluable. Porque esa filosofía creó sus propios obstáculos, impuso sus propias condiciones y estableció un pacto unilateral de ilegibilidad e irreconocimiento con el sistema estatal-académico en cuanto sistema del monopolio de la autoridad específica de lo no específico, que se arroga a sí mismo el fideicomiso de la actividad de producción ontológica y las facultades de control clasificación y legitimación. La filosofía argentina invisible fue al contrario una actividad paraestatal clandestina en sí misma organizada desde su propia anomia, una institución cultural autogenerada cuyo campo de acción cuyo marco referencial cuyo plexo de conceptualidad se concatenan en el horizonte de la desaparición, el acaecimiento, el invisibilismo, la inexistencia. La filosofía invisible argentina operó pro accidente por accidente. Toda vez que puede ser construida desde el porvenir actuante, actual, es concebible como una institución de registro imaginario no jurídico-legal en la medida en que su desplegarse histórico se corresponde con la comprensibilidad de lo acontecimental. Al redescubrirla en su acto su texto y su gesto puede estimarse su trazado hipotético. La historia de la filosofía es la historia de aquellos hombres que incineraron el lenguaje filosófico y lo reinventaron, pero que en realidad inventaron otro lenguaje al que asignaron como “filosófico” o bien recibió ese lenguaje aquel mote a posteriori. También es la historia de los copistas fallidos, amanuenses metonímicos, traductores, estafadores vendedores de buzones y adulteradores, conectores que hicieron la patria chica en los cuales no queda la gracia y debe perderse la nombradía. La filosofía argentina de creación pura se pierde en los baldíos sin mensura, en el afuera del mapa imposible de ser trazado no tanto en un país sin filosofía sino en un no-país con. La Argentina no existe aunque existe como anomalía. Su anomalía filosófica la rubrica como tal aunque la filosofía exista en la Argentina como “normalidad filosófica”. Ajenos al criticismo-chamullo seudo-antimetafísico de gente como Jacques Derrida autores como Deleuze-Guattari han trabajado este campo-ficción de la “geofilosofía”, una puerta de servicio para el arte de formular conceptos que lo conduce a facturar catálogos cuando ya ha agotado su stock en la temática radical del sexo de los ángeles. En este orden de prioridades, para un país que no existe, un inexistencialismo filosófico. El día que merezcamos el anarquismo mereceremos también la disolución de la geofilosofía, a lo que simplemente quisiera agregar que un día la no-filosofía será hecha por todos. En el curso caro de la semana entrante se tratarán estos temas: El hombre invisible como ideal. Invisibilizarse para no ser pensando. Ser invisible para pensar. Ni cogito ni sum: impensamiento y nopodermiento. El filósofo como noúmeno. Fuga y misterio. La voz del mudo: lo póstumo como gardelismo textual. Gombrowicz: la huída agresiva. Aira: la huida hacia delante (y sus aplicaciones en la pelea callejera que acompañarán la legitimación de los valores de verdad en los enunciados del filósofo pampeano actual). El nominalismo rioplatense como picaresca de biblioteca. Georgie y la metafísica como extravío local. Viñole: el que alcanza a ser filósofo ¡desaparece! Los flatus vocis del yoísmo al pedo. Borges-Marechal-Macedonio: anarquismo conservador, anarco-fascismo, anarquismo cósmico. El hombre invisible era negro: Cucurto. Examen de la distancia entre un travesti y el superhombre. La desaparición como escándalo: coronación de la nofilosofía latinoamericana en quien suscribe (no suscribe, bah).