(Filosofar
como un Perro, Michel Onfray, Capital
Intelectual, 2013)
Onfray se lleva muy mal con los otros mêtres filosóficos y best sellers
de nuestra lejana patria filosófica y literaria –Francia, natürlich-. Lo testimonia este libraco acaso entretenido acaso
plomizo a lo largo de sus casi 400 páginas. Por ellas podemos pispear algo de
las míseras rencillas entre estos muchachos que a nuestras pampas arriban como
paquetes abultados de ideas fijas-de autor para sobrellevar los avatares. Los
mercaderes de ideas y los acaparadores universitarios –según la doble
rotulación dadaísta de Tristan Tzara (y yo hoy soy dadaísta, por lo menos
mientras tipeo estas letras)- son como los maníacos si no fuera que son, nomás,
sinécdoque o nosequé, una mercancía del consumismo cultural (Y yo al libro lo
pagué). Apostrofes de acá y de allá contra las otras marcas, Alain Badiou, Glucksmann,
Luc Ferry, Finkielkraut, Debord, Sollers, Robbe-Grillet, Debray, y charlistas
más figurones menos. Pero el enemigo número uno es el sartreano gentleman Bernard Henri-Levi (BHL para
Onfray).
Así Debord es un sacerdote inquisidor de su propio fondo de comercio,
organizador de su propia invisibilidad mediática por interés mediático. Debray
deja al Che por los sacramentos, Sollers “besa la pantufla papal”, los rebeldes
de Mayo se hacen yuppies, y los
filósofos críticos famosos se hacen chupacirios. Si hay que elegir entre
Bernard Henri-Levi y Badiou, bajemos la persiana ahora mismo, dice el autor. Ni
neoliberalismo ni neomarxismo. Ni Sarkozy con Ségolène Royal ni Mao con Platón
dice. Badiou –“defensor de los crímenes maoístas”-, Ranciere, Agamben, Zizek,
Sloterdijk son “los retóricos sublimes para un futuro invisible”. Y si Heidegger
era nazi, Sartre estalinista (El retrato dietético de ese filósofo cara de
batracio que había hecho en El Vientre de
los Filósofos ya había sido más que lapidario.).
Por qué acá Onfray apareció como un filósofo-gourmet, como un nuevo
referente insignia de la nueva cooltura
palermitana (ampliamente detallada en The
Palermo Manifesto, sin que esta cita signifique aval o condena a nada), es
un poco un misterio. Cierto que a Onfray mismo le gusta oscilar entre los
cirenaicos los epicúreos y los cínicos, apareciendo como un nuevo espécimen de
anarquista que se da los gustos en vida, de buen comer y buen vestir, o como un
dandi de la izquierda “denuncista” –por usar el conflictivo epíteto de
González-. Por el contrario, acá critica a “la izquierda caviar”, según se lee,
los Mayo 68 devenidos yuppies. En
esta recopilación de artículos –publicados en la revista del sanguinolento
humorista gráfico Siné- que integran tres libros –inéditos y editados-
compactados en uno, se puede contemplar la vertiente denuncista del franco filósofo.
Ahora, referenciarse en Diógenes es algo demasiado complicado, no sé si
una especie de petulancia histriónica o histérica, un batacazo boutade o
desplante al parque académico automotor, un gestito de idea, una mentirita o
qué corno. De Diógenes se puede decir lo que de toda referencia en el contexto
histórico contemporáneo, que es imposible. Apliquemos el método Zizek-Express:
el ysiísmo. ¿Y si Onfray no fuera más que un narcisista, gente como uno, pero
con suerte y firme vocación por el trabajo –intelectual- mecánico, que nos hace
asistir en calidad de lectores a los tejemanejes de sus grescas personales con
sus rivales del paño? De falsos hippies
y punks estamos todos hasta acá en
especial nosotros que lo somos. Onfray despotrica contra el liberalismo, de
derecha y de izquierda, dice que en otra época había diferencia entre derecha e
izquierda, también contra el criterio revolucionario marxista. Le llama
izquierda kantiana a la izquierda del discurso.
Sostiene una idea fuerte, a tal punto: que el capitalismo es
antropológico, que es insuperable, que existió en el feudalismo y en las
sociedades recolectoras primitivas, a la manera de Foucault rechaza la idea de
la “toma de poder”. Ni con Marx ni con He-Man. Propone “multiplicar los actos
de resistencia cotidianos” y esas cosas que siempre se enuncian, si es que
nunca se alcanzan. Se apoya en la vieja idea de La Boëtie sobre la servidumbre
voluntaria, para “revolucionar la revolución” y demás banderillas de su
posición “postanarquista”. Este proclamado anarquismo post perjura del
individualismo a la Stirner y ensalza a Proudhon. Y rechaza el abstencionismo
eleccionario, ese típico blasón de cierto tilingaje extremoizquierdista de
claustro: a quienes lo adoptan los hace corresponsables por omisión de los
regímenes flagrantes. De Stirner dice que es el filósofo anarquista que les da
letra a los patrones y poderosos, su asociacionismo de egoístas se resume en
ser fuerte con los débiles y débil con los fuertes. “El Único y su propiedad puede ser un gran libro de cabecera para un
capitán de industria o un presidente de la Quinta República”.
Las ideas desechables del
anarquismo antiguo son la propiedad privada concebida como pecado original, la
redención por la revolución, la obediencia al mesías rebelde, y el paraíso
terrenal sin guerra explotación o cárceles como proyecto final. El post-acratismo
no se queda con ese romanticismo de bibliografía trasnochada e incluye hacerse
cargo de los saldos que dejaron las escuelas de los Foucault, Deleuze-Guattari,
Derrida, Lyotard, o Bourdieu. Lo rescatable del anarcoclasisismo: “el negarse a
mandar y guiar, el desprecio por el poder y la gente poderosa, el compromiso
con las víctimas del capitalismo liberal, la construcción del orden a través
del contrato, la defensa de la ilegalidad si y sólo si contribuye a mejorar la
vida de la gente que sufre, la edificación de comunidades jubilosas indexadas
según la pulsión de vida, etcétera”.
La mayoría de las personas en este mundo no quieren o no pueden ser
anarquistas ni filósofos, no prefieren la soberanía ni tampoco no mandar ni ser
mandados, tampoco el hedonismo supera en número al de los adheridos al
sadomasoquismo y el sacro-familiarismo. Yo lo llevaría a predicar a las chozas
del tercer cordón bonaerense o al barrio Triángulo y ver qué pasa.
La cultura francesa, se sabe, y mucho más la filosofía francesa, es de
izquierda por tradición sino por inercia o por caradura, se la pasan
corriéndose unos a otros por el lado zurdo para ver quién llega más lejos sin
moverse à la manière de Zenón. Los
filósofos son la soja de Francia. Las malas lenguas le llaman izquierda
francesa a esa actitud intransigente y cómoda de los señoritos de claustro y
notebook que viven del postdoctorado y del derecho de autor, que agarran un
megáfono y se consiguen cien clientes nuevos. Y no parece que este señor sea
inocente tampoco, y después de todo qué sabe un argentino paseador de las
librerías de Corrientes quién es este tipo que nos da clase de resistencia
(antes se decía de moral) desde este adminículo de lujo y de culto –de culto
snob- que se llama libro. Para saber quién habla hay que preguntar por el ayuda
de cámara o Sumiller de Corps se
dice, y si no los tiene –Diógenes no tenía ajuar ni servicio- consultar al
enemigo. Sobre la vanidad de los kinikoi
hay dos mil y pico de años de anécdotas.
Detectamos cuatro enemigos cruciales: los otros filósofos, los
políticos, los psicoanalistas y los religiosos. Sarkozy, Hollande, Ségolêne
Royal, los más citados entre los políticos, la cuarta rama son las invectivas
contra el Papa Ratzinger y los cristianos, sumados a los demás monoteísmos
imperialistas. Sarkozy: “la quintaescencia de la gente resentida: fuerte con
los débiles, débil con los fuertes”, delincuente aspirante a monarca
republicano. Benedicto y Dios por un lado, y Lacan y Freud por el otro, se sabe
de las “polémicas” que suscitó su libro contra el neurólogo-chamán en la franja
intelectual de la clase ociosa parisina y entre los recontraanalizados
inteligentes de Barrio Norte. Freud es jefe de banda y líder de secta,
estafador y mentiroso comprobado al que dedicó un grueso volumen de escraches.
El creador de “una alucinación colectiva”. Dice que todos sus análisis fueron
fracasos terapéuticos. “El diván es el lugar del chamanismo postmoderno. Los chamanes
curan, eso está claro. Pero también el agua de Lourdes, como los prueban las
muletas colgadas en la cueva. ¿Pero acaso esto prueba la existencia de Dios?”
Onfray se inclina por la postura de exigirles a los psicoanalistas el
carnet de médicos. “Freud –publica a este respecto- es un genio y, como ocurre
frecuentemente con los genios, su invento es utilizado por malandras
lamentables, cómodamente instalados en el ejercicio de su chamanismo
postmoderno, y cuya única legitimación, según la desafortunada frase de Lacan,
proviene de ellos mismos. Igual que el delincuente, el mafioso, el periodista,
el asesino a sueldo y otros profesionales bajo jurisdicción de excepción”.
De Lacan dice que su formación era menos froidiana o jegueliana que
surrealista (uno diría más bien que se trató de un psicopompo cuyo
imperialismo-de-sí tuvo demasiada fortuna –el tipo se declaraba psicótico ¿no?,
esto es: un indivanizable axiomático-), y menos surrealista que enciclopedista
de segunda mano. “Si lo que se quiere es ver en Lacan a un filósofo para el
cual La fenomenología del espíritu no
tiene secretos, a un exégeta de Freud, se equivocan. Había contratado a un
joven egresado de la École Normale Supérieure para que lo pusiera al día con la
filosofía, y sus conocimientos provenían de una hábil glosa en torno a algunos
lugares comunes de la filosofía de grandes nombres del momento, rápidamente
ingeridos y digeridos con el talento de un titiritero de feria”. Recuerda el
deseo de Lacan de pedirle audiencia a Pío XII, el Papa que excomulgó a los
comunistas, contempló Mein Kampf, y
puso a Marx en el Index. Lo señala
como el inventor de una lengua autista para sí mismo, erigida para someter al
lector a su dialecto “exigiéndole que lo practique para formar parte de la
secta y ser reconocido como un miembro de pleno derecho”. Más o menos por la
misma senda, en otro artículo indica al Ulises
de Joyce como incomprensible y esotérico. “Confesar que uno ha renunciado
definitivamente a adentrarse en este delirio monomaníaco y onanista equivale a
ser condenado por los esnobs, que otorgan certificados de pertenencia a su
círculo a cambio de profesar una devoción biempensante por este mamotreto
intragable”.
La filosofía se puede leer como un sainete y sus nombres propios
adjuntados a solapas biográficas como personajes interpretados por capo-cómicos
sentados, o a lo mejor como un “drama en gentes” en el sentido de Pessoa, con
marcas de autor acá y allá que son heterónimos de nadie. Más allá quedan los
usos privados que cada uno hace de los conceptos-afectos, perceptos-preceptos,
eslóganes ideas o filosofemas, siempre más cerca de Bovary que del iniciado,
del Quijote que del discípulo o adepto.
Perón indicó que peronistas somos todos, no voy a explicar el koan justicialista pero pinta muy bien la
condición argentina de ser en el mundo. Borges dijo por la suya que
nominalistas es lo que somos todos, y esto es como un diagnóstico de la
condición posmoderna –algo hay que decir. Badiou lo dice en otros términos,
quitándonos a los pibes filosóficos de barrio cualquier pretensión de portar un
pedigrí altocultural: dice que el imperativo subyacente y hegemónico actual es
“Vive sin Ideas” (pongámosle al menos mayúsculas y que suene macedoniano).
Cuando era chiquitito en una crónica de Chamico –también considerado por el público como C. Nalé Roxlo- de El Ingenioso Hidalgo editado alguna vez
por Eudeba leí una cita definitiva de Oscar Wilde, probablemente apócrifa
porque nunca la encontré entre sus obras ni después en Google, pero que si no
es suya debería serlo. “¿Por qué ser
fieles a nuestras ideas? –cito la cita- ¿Acaso
somos el perro de nuestro pensamiento?”
En este punto, hay que admitirlo, Diógenes compone una misma jauría con
Platón Aristóteles y cualquier otro señorito con toga y participación política,
o con sotana, peluca, o pipa y culos de botella.
Como recurso contra Diógenes puede usarse un Wilde y esto es
reversible, por cierto. Y no tiene por qué ser –de acuerdo a la temática de la Kritik de Sloterdijk- un argumento
reaccionario del cinismo señorial de los privilegiados contra el quinismo
plebeyo de los excluidos del banquete. Diógenes fue célebre por proponer de la
forma más extrema en su momento una ética de imitación de la naturaleza. Wilde
por lo contrario, dado que propuso que era la naturaleza la que imitaba, lo que
además de ser una ética del artificio la frivolidad y el arte por el arte,
podría ampliarse en un relativismo a la manera de la máxima de Heisemberg –“el
hombre sólo se encuentra a sí mismo”-.
Onfray comparte con Diógenes –pero también con Platón Aristóteles Hegel
o Lacan- esta suerte de condición clásica,
que es la fidelidad a un punto de vista. Y no otros hábitos –si no habitus- más característicos de aquel
post-socrático violento: no dar conferencias por el planeta, vivir en la calle,
no bañarse nunca, no publicar tablillas vitelas ni volúmenes en rústica tapa
papel ilustración más ISBN copyright etc., no dedicarse a la historiografía
doxográfica, eructar apalear afeitar gallináceas a cambio dar razones
argumentales o maratones dialécticas, y tanto más que bien se sabe. En Atenas
había esclavitud pero no campo intelectual. Si por error alguien lee esta
reseña espero al menos que me malinterprete.
El verdadero poder es el poder sobre uno mismo anota el Onfray cínico.
Pero esa noble norma, la enkrateia,
que es la de casi toda la filosofía griega, se parece también al imperativo de
un personaje moderno más clínico que conceptual llamado Neurótico Obsesivo,
quiere pasar de largo que en el mundo en auge existen la ambivalencia, el
patrón oro de la ansiedad, y el criterio nischeano de poder que es un poder por
poder mismo no por poder sobre uno mismo –y menos sobre los demás-.
Con todo, es preferible ser canista que lacanista, pero si se puede ser
las dos, y todas las demás, que Dios y la Patria me lo demanden. Y si vas a la
derecha y cambiás hacia la izquierda adelante –creo que lo escribió
Sócrates. También dijo: -Quién me va a
prohibir escribir contra todo lo que me gusta…