INTRODUCCIÓN A DELEUZE POR HEGEL ZIZEK
(Sobre Órganos sin Cuerpos: Deleuze y Consecuencias)
¿Y
si el estilo-pensamiento de Slavoj Zizek que tanto interés nos despierta
fuera nomás un pack abultado de confusionismo e ingenuidades, cambalachesca
digresión perpetua, interpretacionismo infinito-infalible, ejemplos
extravagantes que nada prueban y todo lo enturbian, erudición impresionista,
mescolanza prestidigitadora entre baja y alta cultura –alta cultura-de masas-, y demás condimentos de un plato
especulativo-emancipatorio servido por el mismo Maître disfrazado de corderito mayéutico? Y sí… Si sus asociaciones no convencen nunca, los ejemplos con los
que prueba su valor de verdad, terminan por dejar a uno cansadamente perplejo.
¿Está en el cine la cifra última de nuestro mundo, y en la medida en que pueda
ser trascrito con la laxa clave de un lacanismo para todo? ¿Es realmente
emancipador este espectáculo de maratónica interpretación everywhere? Su libro sobre Deleuze sigue esta línea y no habla mucho
de Deleuze. Una mitad se dedica a confirmar que las neurociencias o la
biogenética están cada día más hablando por boca de Hegel, y la otra mitad a lo
que sea.
Póngase al hombre en posición mujeril: ¿qué quiere Zizek? Eventualmente decirle
al consenso inconsciente del post-posestructuralismo francés universal en el
que a uno le gustaría dormirse que con Foucault-Deleuze-Derrida no quedó todo
dicho ni hay que cerrar la tranca e irse. Que el paso siguiente no es la vuelta
mansamente universitaria al pragmatismo y la filosofía analítica sajona
amanerados con lenguaje cool al día
para zafar de la resaca del festín de la french
theory, sino una vuelta atrás, al pensamiento duro de la izquierda
teorética, pero con modales cancheros y fuentes de inspiración sacadas del
diario de ayer. A Marx concebido como continuación de Hegel por otros fines y a
Freud como precursor filogenético de Lacan.
El propósito mayor de Organs without Bodies: On Deleuze and
Consequences parece por demás extraño: consiste en demostrar de que por
detrás de Deleuze está Hegel, que Deleuze no sólo es un jegueliano encubierto,
sino enculado –ya se verá-. Esto prueba al contrario, algo más que la irrupción
de los barrabravas en el campo filosófico, prueba como siempre que con palabras
se puede hacer cualquier cosa, que la magia del filosofema es tan plástica y
prodigiosa como la de cualquier horizonte verbal al que podamos tomar por
mitema ideologema poema y demás afrentas de metafísica-social.
La utilidad práctica de este abstruso y
extenso panfleto teorético descansa, como bien se sabe, en el rescate de un
Deleuze bueno en paz con Lacan y la purga de un Deleuze malo que es el monstruo-autor
bicéfalo que compuso junto al nombre de Félix Guattari en sus tres últimas
décadas de actividad, entendido como el padre del “capitalismo digital”, una
suerte de complemento de izquierda –“libertaria”, adjetivo injurioso para
Zizek- del hasta ese momento reinante light-jeguelianismo
neoliberal encabezado por Fukuyama. El Deleuze sesentista de los incorporales y
lo virtual puede hacer juego con los hiatos y espectros de Lacan y jamás podría
ser leído a gusto por los yuppies que
trabajan en las agencias publicitarias, es la tesis. Para Zizek Logica del Sentido es Lacan aplicado a
otra jerga. Deleuze se sirvió del joven esquizoanalista para salir de un
atolladero dualista aporético que el autor viene a subsanar pasada la marea. ¿Fue
Guattari el Bioy de Deleuze? (bío y). A
la fecha –diagnostica el autor- el famoso Nombre del Padre ya no es el síntoma
que sostiene la unidad del vínculo social, la consecuencia política de esto
según declara Zizek abiertamente es que cualquier posición “revolucionaria”
tiene que obligarse a romper lanzas frente a “la problemática de la rebelión
anti-edípica”. Y
si Zizek tuviese razón: ¿vale la pena
tenerla?
Simon Reynolds puede servirse tanto de
Deleuze como de Derrida o de Barthes y Mme. Kristeva para explicar a la
psicodelia el post-punk o los derivados del techno como filosofías
sin-filosofías que proponen una revolución sin-revolución y sin estalinismo.
Con todo, no sabemos de ningún boliche que se llame Deleuze, pero sí de una
disco que se llama Zizek. Y si… en fin.
Organs without Bodies
llegó con el nuevo siglo para completar a La
clameur de l‘Être de Badiou y para desilusionarnos del viva la pepa
anarco-metafísico revelándonos que detrás del hombre del sombrerito y las uñas
largas no estaba la contrametafísica de la afección inubicable del outsider por comicidad de Macedonio sino
el Saber Absoluto. Kant con Hegel, el horror mismo. Habíamos visto en décadas
pasadas a un Macedonio tomado por el
lacanismo y hasta señalado como platonista involuntario –aunque apenas en el
sentido vago y nischeano de cristianismo sin-cristianismo, o vago y
froido-jaideguieriano de pulsión de muerte onto-teológica- pero jamás tomado
por un Hegel-que-no-fue. (El autor
argentino dilecto de Zizek es Laclau, que aparece en todos sus libros, con
pequeñas citas cómplices. En éste menciona a tres más: Borges, Ernesto Guevara
y Perón.)
Zizek
contra el uno-vida-todo propone un materialismo de la nada y el vacío ya
servido por Badiou.
En Deleuze, la Vida sigue siendo la respuesta a "¿Por qué hay Algo y no Nada?" mientras que la respuesta de Badiou es más sobria, cercana al budismo y a Hegel: sólo HAY Nada, y todos los procesos tienen lugar "desde la Nada a la Nada pasando por la Nada", como escribió Hegel. (IS only Nothing, and all processes take place "from Nothing through Nothing to Nothing;' as Hegel put it.)
Pavadas,
ingenuidades: para Deleuze según el intérprete Devenir y Ser se entienden como
el Bien y el Mal, y “el entremezclarse de cuerpos materiales y el efecto
inmaterial de sentido” como Infraestructura y Superestructura. Con esto Deleuze
pasa a ser algo más que un metafísico de la presencia –como podría denunciar un
obrero deconstructor-, un onto-teólogo –como clamaría un seritiempista- y un
platonista del uno al revés de acuerdo al badiuísmo. Su materialismo más que
platonista es jegueliano, es decir que es dialéctico. La postulada autonomía
relativa del Acontecimiento del Sentido respecto de la crasis matérico-corpórea,
prueba el verdadero espíritu materialista dialéctico de Deleuze contra el
reduccionismo mecanicista y lo aúpa sobre Badiou. La lucha zizequiana es por
mantener en vida el materialismo dialéctico y postular que Lacan y –a disgusto-
Deleuze (pese a sus tendencias neoempiriocriticistas) están entre sus
expositores conspicuos. Por eso prueba la complicidad entre el idealismo y el
materialismo vulgar mecanicista. La relativa autonomía del “Acontecimiento del
Sentido” (Sense-Event) respecto de la
materialidad corporal fluyente, que Badiou y Deleuze mantienen de consuno, es
“una tesis necesaria dentro de un materialismo verdadero” y no un compromiso
con el idealismo.
Por
Badiou somos tomados por un Lacan platónico y un Platón lacaniano –la raigambre
lacaniana de Platón ya había sido señalada por el mismo patastrólogo
froidoestructural-. Por Zizek, somos capturados por un Lacan jegueliano y
viceversa. Deleuze queda así como un
lacanoplatojegualiano renegado –o denegado-.
La Santísima Trinidad contra El
Esquizo-Obse
Badiou
enseña que el biempensante universitario vigente es un rebelde sin causa que
lucha contra el platonismo como si luchara contra el poder, cuando es esa lucha
la que el poder exige. Zizek lo acompaña aunque no da el salto que reclama
aquel otro del platonismo-invertido la sofística y la antifilosofía al
platonismo multiplicista al derecho. En el idioma de Badiou traducido a nuestra
afasia: se queda en la antifilosofía lacaniana pero tomada por filosofía
jegueliana. Y como los antifilósofos, coquetea con el cristianismo. Propone de
hecho recristianizar el pensamiento contemporáneo dominado por el paganismo y
el judaísmo. Hegel con Lacan con Cristo, el nuevo Obtusángulo Edípico.
Dos
cosas imperan en la academia universal flagrante dice, el mandato de amar a Spinoza y el giro ético-teológico
judío de la desconstrucción (the
ethicotheological ‘Judaic’ turn of deconstruction best exemplified by the
couple Derrida/Levinas). Spinoza
y Levinas, los dos padres putativos de la ética universitaria del pensamiento
actual, tienen apenas en común su antijeguelianismo visceral. Zizek descubre
una dialéctica al interior de la modernidad filosófica que se repite en la era
presente: una tesis pagana –Spinoza y Deleuze-, una antítesis judaica
–Kant-Derrida-, y una síntesis cristiana: Hegel-Lacan.
En la historia del pensamiento moderno, la tríada paganismo judaísmo-cristianismo se repite dos veces, primero como Espinosa-Kant-Hegel, después como Deleuze-Derrida-Lacan. Deleuze despliega la Sustancia/Una como medio indiferente de la multitud; Derrida la invierte en Otredad radical que difiere de sí misma, y, por último, en una suerte de "negación de la negación", Lacan vuelve a traer el corte, el hiato en el propio Uno mismo.
Montado
más que nada a Spinoza y Nietzsche, bien se sabe, Deleuze se sacó de encima con
vis pagano el judaísmo froidiano y el cristianismo marxista. Hegel venía
codeado fuera de suyo en cuanto malentendido como metafísico precrítico
–precantiano- (por lo demás Zizek se empeña en mostrar que es Spinoza contrario sensu el que ocupa ese “lugar
de boludo”). Podrá decirse que no quería ni que se lo nombren y admitir que fue
el ideólogo más notorio del imperativo tácito de odiar a Hegel que se impuso como resultado de la victoria académica
de la izquierda teórica nischeana sea del lado de Foucault-Deleuze o del lado
de Derrida. Si Deleuze cortó por lo sano Lacan no supo bien qué hacer. Se dice
de éste que leyó menos a Hegel que Tomás Abraham –que declara haber leído sólo
quince páginas de la Fenomenología-;
pero le bastaba evidentemente con servirse de Hyppolite y Kojève, lo que al
contrario demostraría la maravillosa eficacia de la estrategia comprensiva del
Lector Salteado camino al Inlector Mucho: El (no) Lector Salteador Lacaniano
hizo por Hegel harto más que el mayor de los eruditos entre sus exegetas de
profesión. Zizek muestra que Lacan desespera ante Hegel, lo quiere espantar de
sí y lo ubica en un momento como histérico en otro como amo y en otro como
discurso universitario sin darse cuenta–por eso lo hace Zizek- de que, ya que
es ese mismo itinerar escapizo, ese devenir de uno a otro de los odres
emblemáticos, lo propio del discurso del analista, la posición de Hegel es sin
más le discours de l’analyste. El
discurso del analista –en cierta forma un oxímoron- no es uno más de los cuatro
mentados y célebres sino el que opera en la fuga de uno a otro de los tres
restantes, y eso es Hegel dictamina el autor. Para
Zizek al conatus espinociano le falta
la falta, el imperativo categórico, que viene a ser el antecedente de la
pulsión de muerte, an
unconditional thrust that parasitizes upon a human subject without any regard
for its well-being, Spinoza se
estanca en un precantismo inadmisible, en el nivel de la eu zen aristotélica. La pulsión de muerte significa que el conatus está basado en un acto
fundamental de sabotaje (fundamental
act of self-sabotaging), cosa que sí contempla el deseo
lacaniano –a tal punto que se confunde con esa auto-conspiración misma-. Hasta
acá todo es sabido y no hay nada que Deleuze no haya previsto desde el día en
que se sentó a escribir. Lo que viene a
decir el ironista neurótico dialéctico es que detrás del rechazo categórico de
lo negativo de Spinoza-Deleuze está el superyó, Überich o como escribe el propio autor: superego.
De la Sospecha al Empome
Frente
a la “hermenéutica de la sospecha” como sistema interpretativo semítico-sémico
Deleuze proporcionó el método del enculage
(empome), dar por culo a los autores estudiados para procrear por inmaculeada concepción. “Me imaginaba acercándome a un autor por la
espalda –escribió- y dejándole embarazado de una criatura que, siendo suya,
sería sin embargo monstruosa”. Este método supone curiosamente
dejarlos hablar por sus propias bocas, con sus propias obsesiones, no
objetarlos.
Era muy importante que el hijo fuera suyo, pues era preciso que el autor dijese efectivamente todo aquello que yo le hacía decir; pero era igualmente necesario que se tratase de una criatura monstruosa, pues había que pasar por toda clase de descentramientos, deslizamientos, quebrantamientos y emisiones secretas, que me causaron gran placer. (Conversaciones)
El estilo libre indirecto (indirect free speech) de Deleuze contra
las educadas comillas de Derrida, las dos maneras dominantes de la filosofía
creativa contemporánea entendida como metafilosofía, como producción sobre la
lectura de los textos filosóficos clásicos (Lacan practicó el texto anal en Kant con Sade, Heidegger
con Heráclito y Parménides, añade). (¿Y qué hay por lo demás en esta
metodología de aquello que el mismo Deleuze dijo alguna vez de “la indignidad
de hablar por los demás”?) Efectivamente el
empome conceptivo como lectura es una práctica amorosa que como tal supone
una tergiversación traicionera, ya que la
relación textual tampoco existe, ano-ser por atrás. Los libros que el
francés escribió sobre los filósofos son los “monstruos” que les engendró
agarrándolos por detrás. ¿Qué
fue lo que pasó que hizo que el profesor Deleuze pudiera hacer algo con los
otros tres filósofos que aborrecía, Platón Descartes y Kant –de los que logró
rescatarles algo- y nada de nada con Hegel salvo la táctica porteña de codearlo fuera? Por
qué no pudo darle por culo a Hegel se pregunta el barbón eslavo: por Ley del
Incesto contesta, porque le era tan familiar que no pudo soportarlo… ¿Por qué
Deleuze no pudo darle a Hegel su hijo anómalo
como hizo con Hume Bergson Kant y tutti
quanti? Porque se le aparecía como the
absolute Other y fecundarlo teratológicamente habría dado como resultado un
Alien enteramente insoportable para Deleuze (a monster unbearable). En consecuencia su recurso fue por un lado
olvidarlo y por el otro estupidizarlo.
Acá hay que seguir con el
chiste-síntoma y tomarlo literalmente en argentino: Deleuze hizo de Hegel un
hombre de paja –straw man- escribe
Zizek…
This absolute rejection, this urge to "stupidize" Hegel, to present a straw man image of him (as amply demonstrated by Malabou), conceals, of course, a disowned affinity.(El traductor propone “presentar una imagen de él como hombre de paja” como “presentarle como un pobre hombre”: “Éste rechazo absoluto, esta urgencia de "estupidizar" a Hegel, de presentarle como un pobre hombre (como Malabou ha demostrado con creces), oculta, por supuesto, una afinidad inconfesada”.)
La falacia del hombre de paja
consiste en refutar al oponente tergiversando sus aserciones de manera que
parezcan ñoñas. Zizek enseñará que la paja de Hegel –el filósofo ingarchable,
en tanto que se-la-pone-a-sí-mismo- es al contrario la síntesis superadora de
la filosofía comprendida como masturbación clásica y sodomización glosopoiética
corriente.
Olelé olalá… Devenir-Hegel
-o El Retorno de lo Reprimido y de
los Muertos Vivos-
¿Y cuál es la venganza “sacerdotal” de Zizek?
Convertir al Espantapájaros en el Sócrates Final y en el Padre del Aula y de la
Patria –la Patria del Ser-. La
meta final (ultimate aim) del libro
–se lee- es describir una “escena horrorosa”: la Hegelian
buggery of Deleuze: su sodomización por parte de Hegel: taking from behind Deleuze,
romperle el orto en nombre de Hegel.
¡Deleuze se la come Hegel se la da!
Hay que declarar que no querríamos
caer en golpes bajos, pero como “aviadores de piso” sabemos que peores son los
golpes altos, y como barrabravas de la
metafísica nos vemos forzados a leer esto en la koiné lamborguiniana, lingua
franca, gramatolalia coprológica en la clave de la ontocrítica de Tourette. No
nos quedó otra.
En
la historia de la filosofía, como en la historia de la humanidad, como en la
historia en definitiva de todo vínculo (vínculo etimológicamente significaría vencer-por-culo) la sodomía hace
confluir el sabor del encuentro (Fogwill) con los sinsabores del desencuentro
(will-fog: el encuentro es con el fantasma), parece mentira. No se trata
simplemente de un acto amoroso, ni de un abuso humillante, como canta el ideal
del yo de las hinchadas de futbol. La relación-filosófica, que en definitiva es
siempre la amistad –no el prójimo que es ilegible, sino el lejano como enseñó
Zaratustra-, se articula en base a la ambivalencia
sodomítica. Amigo de Platón pero más amigo del pibe que voy a hacerle, esa
es la traducción auténtica del apotegma aristoteliano. Phílos mén Pláton para hacerle un hijo. Por eso no extraña que
Deleuze cambiara en la fórmula la veritas
por el concepto: …pero más amigo del
Concepto (Cf. ¿Qué es la Filosofía?).
Del hijo concebido in-ma-culada-mente
(donde “in” oficia de prefijo de negación). La diferencia entre la filosofía en sentido
clásico-moderno –partenogénesis o
apomixia de sistemas- y la filosofía en versión posmoderna como metafilosofía de autor estriba en el corrimiento del paradigma del onanismo
al de la sodomización.
Cómo romper un vínculo: Hegel con
Susvín
Para
Zizek Hegel se le aparecería a Deleuze como si fuese un Hamlet al que se le
presenta el padre muerto más vivo que nunca. Podríamos recordar también la
escena en la que la Filosofía se le presenta a Boecio en su celda. Pero acá se
trata de Hegel y de una inversión de los agentes en el acto necrofílico. ¿Se
trata de Hegel? Porque esta es la otra cuestión de la metafilosofía: que
practica el sexo con los muertos. Pero ¿puede ser el cadáver el que se folla al
vivo –lo que nos obligaría a ingresar en el territorio sexual del zombi filosófico-? Deleuze entendía que
sí, y que era lo que le había pasado con Nietzsche. El de bigotes lo dio vuelta
en el acto, y aplicándole la Doble Nelson, le hizo un crío a su infiel lector (ibídem): “es imposible
intentar con él semejante tratamiento. Es él quien te hace hijos a tus
espaldas”… Esto le sirve al sodomólogo eslavo
para sostener que quien avanza en esta “ghastly
scene” –escena horrorosa- con los pantalones por las rodillas
y el pene en posición de ataque no es él mismo en nombre del Padre del Hijo y
del Holy Geist sino el propio Hegel
en calidad de espectro.
What monster would have emerged if we were to stage the ghastly scene of the spectre of Hegel taking Deleuze from behind?(¿Qué monstruo se generaría si representáramos la horrorosa escena del espectro de Hegel dando a Deleuze por detrás?)
Podemos
imaginar a Zizek como la enfermera que enviagra al decrépito maestro de Jena, y
restregándole caritativamente el falo se lo coloca en el anillo de cuero del
gran nomadólogo.
Querías
a Nietzsche pero tendrás a Hegel…
Ahora
bien, lo que era para-Deleuze, será para-todos.
No
es que Gilles tuviera un morbo especial con Hegel, que fuese su némesis, su
Skeletor, su Doppelgänger, o su Maligne Genie o Evil Demon o Lucifer mismo. Es
lo de menos. Es que Hegel es el único filósofo “insodomizable” (unbuggerable)
y punto. Porque el método dialéctico es una autosodomización perpetua; esto es
–sigue Zizek asquerosamente- la cristalización del ideal sadiano de tenerla tan
larga como para empomarse uno a sí mismo. Y además, como ya se señaló, Hegel es el nombre propio
del discurso del analista, lo que significa que es el incojible, porque aquello que uno no puede garcharse parece la-histérica pero acaba-siendo el
analista. La posición del analista, es efectivamente la de ser listo con el ano. Aunque
curiosamente se declina en femenino, acaso porque para rozarse con la posición
del amo y saber cuándo pinta montarse a ella menester es entrar en la de la
histérica todo lo que sea necesario.
Todo
parece indicar que cuando Gilles declaró aquello no estaba muy fresco ni estaba
en un buen día. Un desliz, un mal chiste, una licencia plebeya, quién sabe. No
era para hacer un mundo con eso, amigo Zizek.
Deleuze confesó su “método” en una
carta bastante célebre que se encuentra en sus Conversaciones donde se dirige a un “crítico severo” que oficia de mala conciencia a domicilio.
El crítico
severo se llamaba Michel Cressole y de él se saben por estos pagos muy pocas
cosas, que fue un periodista gay retratado por Copi en La Torre de Defensa e integrante de un cierto Frente de Acción
Revolucionaria (FHAR) en la época del Mayo del 68, que se hizo amigo de Barthes
en un sauna, y que fue alumno de Deleuze y Guattari –ver la Web pássim-. Según la breve referencia
tendenciosa del libro Deleuze &
Guattari Intersecting Lives de Fançois Dosse por “una historia de amor no
correspondido”, al no recibir apoyo del maestro para la confección de su libro
sobre él (publicado como Deleuze en 1973),
se volcó al odio vengativo y tomando el papel histórico de Aristófanes lo
convirtió en su Sócrates de cartoon,
le propinó una crítica vitriólica ad
personae enfocada en su look en
la que lo acusó de ser una estrella
fashion como Marilyn o la Garbo, un payaso posfroidomarxiano que decía ser
un artista, el cabecilla de un batallón inmóvil de opereta –su alumnado de
Vincennes- o de hablar por los locos y los maricas siendo un buen padre de
familia tipo. Su libro no existe en castellano pero sí es famosa la Carta
deleciana –publicada originalmente en el tratado de Cressole- que es lo que
todos leímos en la versión valenciana de su citado libro del 90
Pourparlers
(que quiere decir “negociaciones” más bien). “Extraño y
algo policiaco ideal: ser la mala conciencia de alguien” se quejaba el astuto
imputado en su esquela de autodesagravio.
Era de esperarse que Zizek se
agarrara de ahí. Aun siendo un ferviente operador de la reacción antinischeana
que prospera de a poco en estos años, no se puede omitir que el hombre se toma
muy en serio aquello de que el filósofo debe ser la mala conciencia de su época
(das böse Gewissen ihrer Zeit zu sein),
establecido como ideal por el propio Nietzsche en el parágrafo 212 del Más Allá etc. ¿Y si Nietzsche es el que se la está dando a él sin que se dé
cuenta?... Pero bueno… que va’cer… entre las risitas boludas de las esclavas
tracias, los palazos y sarcasmos de los kinikoi
y la astucia de la razón crítico-paranoica del método froidiano lacanizado,
florecerá el porvenir de la ontología-crítica… es así. Deleuze había apuntado
ahí mismo por lo demás que el propio Nietzsche fue quien lo había hecho
olvidarse de todo ese arrebato culeador con el que había cimentado sus primeros
libros… Amén.
De la Papa a
Papá
Deleuze leyó a Hegel in a traditional way,
como la consabida regresión desde Kant a la metafísica absoluta del Ser auto-transparente
y plenamente actual, el chiste escolar del conocimiento absoluto como la
megalomanía de un muchacho que con demasiado chucrut óntico en la mollera había
declarado saberlo todo para siempre jamás. Y sin embargo en las aporías delecianas
de lo virtual y lo actual está Hegel de cuerpo y concepto presentes.
Si alguna vez
hubo un filósofo de la inmanencia incondicional, en definitiva ese fue Hegel
–se lee-, tergiversado como enemigo de la positividad y de la diferencia cuando
al contrario es la cantante positivización de la negatividad y diferenciación
de la mismidad. Zizek asocia la superación de Kant por Hegel con la versión de
Kafka por Deleuze (la inaccesibilidad del Castillo es efecto de inmanencia) y
declara que detrás de las ironías de éste contra Bataille y su culto a la trasgresión
está también Hegel, lo reprimido. A continuación expide una serie de minucias
conceptuales incalculables encaminadas a demostrar que Monsieur Deleuze se
plagió entero al de Tubinga por no leerlo. Y totalmente
convencido de que Deleuze es casi-Hegel el autor pregunta al aire ¿cuál es la
diferencia entre ambos?... Después
de unas cien páginas lo que parecía una analogía delirante parece volverse
convincente. Pero acá hay que preguntar esto después de la lectura de Zizek:
¿deben cambiar los delecianos o son los jeguelianos los que deben cambiar? ¿Y si al contrario fueran éstos los que
revelados de repente como delecianos deberán emprender su mea culpa? O de esta
forma: ¿y si el “Hegel” de Zizek
fuera un Hegel sodomizado por Deleuze?
La
“diferencia” entre ambos es la del flujo y el hiato, flux and gap, la del puro devenir del
permanente flujo, contra una inmanencia insuperable pero rota (irreductible rupture of/in immanence).
Al fin y al cabo el agujerito lacaniano en la inmanencia, la incoincidencia de
lo Mismo consigo (noncoincidence of the
Same with itself), lo real como fisurita (gap/discord) que insufla la ilusión del más allá y no el más allá
como real-noúmeno. Entonces la pregunta que hay que hacer, dice, no es cómo
reprime Edipo a las máquinas deseantes sino qué máquina deseante es Edipo. Bien
y pronto: volver al deseo lacaniano. Porque la misma violent sort of misreading deparada a Hegel por Deleuze cree que le
fue propinada a Lacan y el psicoanálisis. Entonces Zizek aconseja que el complejo de Edipo es lo
opuesto exacto a la reducción de la multitud de intensidades sociales a la
matriz del triángulo íntimo con papá y mamá, y señala a dedo suelto que Edipo y
Falo – este último el gran “órgano sin cuerpo” (chiste 1 de la obra) y “la categoría
fundamental del materialismo dialéctico”- son los agentes ejemplares de la
desterritorialización, y que la castración simbólica es la eyección redentora
de la tramoya familiar al juicioso entramado social. En esta escena ya se
percibe la desmayada monserga de sordos en la que se convierte la charla entre
Lacan y Deleuze mediada por Zizek, quien a veces se confunde y toma Lacan por
Hegel o viceversa ya que son más o menos los dos nombres de una misma
revelación. Es acá donde el esloveno estupidiza al Anti-Edipo en nombre de la
bronca celosa que le prodiga a Guattari. Una cosa es que el aborrecido dueto
conociera a Hegel por el Billiken o la Larousse y otra creer que se ensañaron
con el freudolacanismo entontecido por no haber entendido ni jota. Acá Zizek
combate a los nomadólogo-rizomáticos de la rave y el pícnic tanto cuanto
Deleuze-Guattari combatían al lacanofroidismo de La Giralda El Cairo y las sinagogas. La impresión es que Zizek
se empeña en despejar de Lacan toda la ocasional seducción de Kant y el
resultado final es más que un Lacan a la medida de Hegel un Hegel que recita a
Lacan. Y un Deleuze que eligió irse de excursión con el joven Guattari para
dejar de traducir a su propia lengua al insuperable doctor de los toscanos
doblados.
No es lo
mismo un tubérculo que ver tu culo
Del Fascismo de la Papa (Le
fascisme de la ponme de terre) de 1977, aquel antiguo panfleto venenoso de
Alain Badiou del que intentó disculparse a medias en El Clamor del Ser, y que parecía un llamamiento a pasar a degüello
a los muchachos, hemos llegado a esto, chamigos, ¿El Papismo del Facha? Hoy Deleuze puede ser impávidamente un
metafísico de lo uno y un materialista dialéctico jegueliano y pensar que en
ese entonces abrazado a su socio era un “esteta de la basura múltiple”, un “ladrón”,
un “ideólogo prefascista”, un “cantautor de las cabriolas rebeldes del
lumpenaje pequeño-burgués”, “el enemigo del dos heraclítico de la revolución
proletaria, y el mono astuto antimarxista” (les
singes rusés des multiplicités, les chefs de la troupe antimarxiste). El
rizoma o papa escribía el hoy apacible anciano “se encamina a una apología
desbocada de lo que venga” (va son
train vers l'apologie débridée du n'importe quoi).
Y Zizek se eslabona en esa
cadena treinta años después sirviéndose arteramente de otra “escena horrorosa”,
tomada de un cierto libro de un profe de filosofía, la de un yuppie –young urban professional- descubierto en el subte leyendo en pleno
éxtasis de identificación ¿Qué es la
Filosofía?, el último hit de la
dupla. Pero: ¿y si no era un yuppie
sino un hippie que venía de una
fiesta de disfraces? ¿Y si era un
psicobolche empresarial de esos que compran Zizek en las librerías de Palermo
leyendo de pasada al enemigo? ¿Y qué hay del American Psychobolche retratado por Capusotto? ¿A quién leerá? ¿A
Deleuze… o más bien a Zizek?...
Hay un espacio también para la
enmienda del sistema-Badiou, en cuya renuncia a forzar lo innombrable descubre
la inminencia de un reporte a Kant y a la otrología levinasiana –sobre la que Zizek
ofrece un confiable desenmascaramiento (Levinas es el peor tratado en el libro:
detrás de su alterismo incondicional se guarece políticamente la lógica
facciosa de Karl Schmitt en versión “mitología blanca”)-. Hay que abandonar la
ontología matemática y sostener al Événement
como cut/rupture intrínseco del
orden del Être, i. e. Hegel codeando fuera a Kant y ensartando por dorso a Platón.
A
diferencia de lo que ocurrió con la lectura acusativa que la central lacaniana
hizo en la Argentina de Macedonio y de Osvaldo Lamborghini, Zizek no departe en
este libro sobre los peligros de la esquizofrenia mimética o de envidiar la
locura del otro, ni dice que detrás del Anti-Edipo está un idiota que reclama
que se le reconozca un saber, no dice que Deleuze es el Manual de Instrucciones
del Psicótico o del Boludo sino el autor preferido de los yupis. Hay que
reconocerle al menos la capacidad de mantenerse por fuera de la viveza criolla
neurótica, ya que no del resentimiento cristiano marxistoso. Según refiere la versión en
inglés de libro del sr. Dosse, Cressole le había escrito a M. Deleuze: “And what if the schizos became your
impresarios?”. Se
ve así que Zizek no fue tan original.
Quisiera
cerrar con algo sobre el Gran Otro y el Analista. Zizek hace una conexión Lacan-Nietzsche
y anota: la verdad no es una perspectiva sino algo que acaece en al paso de una
perspectiva a otra. La verdad habla cuando toma el discurso el loco o más bien
el bufón –poniendo los casos de San Pablo y Nietzsche-, y adoptando la forma de
la ficción, aunque lo que habla es más bien un “objeto”
…que representa la falta/inconsistencia en el gran Otro, por el hecho de que el gran Otro no existe. "Yo, la verdad, hablo" no quiere decir que la gran Verdad metafísica misma habla a través de mí; quiere decir que las inconsistencias y los errores de mi palabra se conectan con las inconsistencias y el no-todo de la Verdad misma. El "yo, la verdad, hablo" tiene así que ser interpretado junto con "la verité ne peut que se mi-dire (la verdad sólo puede decirse a medias)"…
La posición del
analista tiene que ver con la asunción de parte del sujeto de la inexistencia
del gran Otro. “No hay un gran otro Real afuera, pero hay, no obstante, la
ficción del gran Otro que nos impide evitar el horror de estar solos”. El mejor
ejemplo de este omnímodo “personaje conceptual” lacaniano que encuentra el
autor está en el acto sacrificial y solitario, secreto y sin ser visto por
nadie, y en bien de los demás, de los héroes de las películas o de los libros: ahí
lo que acontece más que un imperativo cantiano o un precepto apostólico es una
rendición de cuentas ante ese great Other
y su mirada perenne y desierta, hipostasiada finalmente en el espectador. “El
gran "Otro" se encarna finalmente en nosotros, los espectadores, como
si el héroe supiera que es parte de una película (o, por lo menos, de una
historia)”.
Si yo fuera un
poeta juvenil egresado del Nacional Buenos Aires y de Puan no necesitaría de la
filosofía, salvo para chicanearla muy por encima en mi plan de ventrílocuo
generacional de vuelta de todo. Pero no lo soy, soy rosarino y técnico
nacional, y para chicanearla me interno en ella lo mismo que cuando era devoto
y prestaba testimonio en las mesas de examen. Además,
en el citado párrafo del Más Allá del
Bien y del Mal, ya que pasamos por ahí, bigote nos recuerda bien lo que son
en serio los filósofos –lo que somos-, no los amigos del saber sino gente que
lleva una vida no-filosófica, o como tan lindo traduce el traductor de mi
querida vieja edición de Porrúa: locos
insoportables y enigmas peligrosos (unangenehme
Narren und gefährliche Fragezeichen).