(Lectura de “El edukador” por Ignacio Barbeito. La Rana nº 2)
enviado a http://www.revistalarana.com.ar/
Borges le deberá alguna parte de su fama entre la gauche francesa a Le Temps Modernes y su célebre director, y éste seguro le deberá a Sur una buena parte de su inicial fama entre la derecha del país de los gauchos… Parece que hay una famosa frase de Borges, quién como se sabe despreciaba a Sartre seguro no tanto como a los sartreanos – plaga porteña de la época – que dice "hablar de literatura comprometida sería como hablar de equitación protestante". Para las masas gramatológicas nacionales de la época Sartre y Borges eran el gran Boca-River divisorio. No hubo, por varias décadas, figuritas literarias más incidentes.
Creo que deben de haber sido varios los que vincularon el acto de la escritura con el acto de cabalgar. Macedonio narró por escritura sus peripecias cabalgando a pie en el Uruguay, que es donde pasa la literatura argentina según se sabe por Aira (“Copi”) – su “locus” dice - . El chiste de Borges no se entiende mucho, o se entiende demasiado; debe (de) querer decir que discriminar literaturas comprometidas e incomprometidas es una actividad pareja al ordenamiento de los entes del mundo que hacían ciertos enciclopedistas chinos que se hicieron famosos mundialmente en un famoso prólogo fucoltiano. Chistes del patriciado tilingo de entonces, más allá de un cierto espíritu zen del nominalismo a la Argentina.
Hay a mano una frase de la época y de Marechal que es mejor: no existen escritores no comprometidos; incluso los traidores se comprometen con la traición.
Hay escritores que, como el padre de Georgie, se comprometen con una mujer (con Leonor en este caso) y dejan de escribir[1], y otros que heredan por la inversa, como el Hijo, van a la literatura como promesas y se comprometen con ella. Ella en este caso es un concepto o mejor una noción o mejor una visión de la “literatura”. Quedan comprometidos en un mandato que puede devenir en convertirse – como diría alguien – en el portagrama, de… en fin, una generación, una clase, una región, y luego una imagen oficial, en algún histórico momento, de la “derecha”, en otro, de la massmediocracia general de una nación, y su iconografía sensible escolar popular y for export. Por lo demás es hasta obvio que Borges fue siempre un escritor bastante político. No era ni Oliverio ni Fijman ni Macedonio; es claro. Queda claro que el “compromiso” es humanamente inexorable; digamos entonces: compromiso político. El consenso de una imagen: la de Borges desde los años 30 fabricándose una “Torre de Marfil”; es una burrada poco verosímil. Desde el comité de Intelectuales Irigoyenistas del veintipico hasta los prólogos con declaraciones de afiliación al “partido conservador” Georgie está lleno de política comprometida, difícil que pudiera ser de otro modo en un escritor que se dejó convertir en estandarte ecuménico de una fracción - digo facción - considerable del país. Sobrarán quienes destilen interpretaciones políticas solapadas en el Gran Texto Borgeano Oficial (Obras Completas de Emecé). Todo es legible… Del paratexto a la biografía, pasando por todas las publicaciones circunstanciales no sobre “literatura” que hoy se acopian, fragmentos nada escasos de una voluntad de comprometerse, en fin, “políticamente”, creo que sobran[2].
Hoy la gente más bien no le perdona a Georgie su compromiso con… con el celibato, vamos a decirlo así, más que su presumible compromiso con - ¿cómo decirlo? - la clase dominante argentina o la oligarquía porteña. Bastaría rastrear sartas de chistes flagrantes de bloggers literatos al respecto, o simplemente considerar que el borgismo más masivizado de la época acusa como efugio la teleología de escribir y hacerlo todo “para levantar minas”. No era lo que recriminaba Jauretche, al menos en los textos[3].
Otros tiempos.
Quedarán dos imágenes de las políticas o la política de Borges. Una, por lo general resentida, con y sin razones: la de un casi evidente “compromiso” con tantos regímenes golpistas de turno hasta llegar a un famoso saludo de los 70 y una más famosa condecoración. Entre ésta y la siguiente imagen que referiré quedarán colgando un manojo de frases entre chistosas y verídicas que pueden instaurar una especie de corpus político-aforístico borgeano, así como en las presuntas antípodas, hay uno peronista o peroniano, mucho más verídico y eficaz que el propio cuerpo doctrinario organizado en forma de texto y libro. “Un abuso de la estadística”, “europeos nacidos en el exilio” etc. etc… Y en el otro lado, la otra política de Borges, no la que heredó de Lugones ni de la oligarquía castrense de sus “mayores”, sino la de ese viejo “anarquismo spenceriano”, mucho más simpático al progresismo nuestro de cada día. Una forma del anarquismo, un estado de cosas a futuro que –como él dijo – algún día mereceríamos. Para saber sobre esto llamarlo al profesor Christian Ferrer.
De toda suerte, no es Borges la antítesis flagrante de Sartre en este orden de cosas. Es Gombrowicz, a quien la literatura vigente o actual argentina menos aburrida le debe de hecho mucho más. Queda claro que no hay inocencia después de la lactancia. Hay negligencia. Delatar falsas inocencias es un viejo arte, nacional y universal. Borges no era un fogonero de barricada ni – por lo general – un autor de libelos; era simplemente un autor con cuentas pendientes y favores recibidos que compondrían lo que estamos bautizando compromiso político. Nada que ver con el caso del Clown Eslavonacional quién nos enseñó a reclamar no inocencia – todo lo contrario -, ¡más negligencia!..[4]
Creo que deben de haber sido varios los que vincularon el acto de la escritura con el acto de cabalgar. Macedonio narró por escritura sus peripecias cabalgando a pie en el Uruguay, que es donde pasa la literatura argentina según se sabe por Aira (“Copi”) – su “locus” dice - . El chiste de Borges no se entiende mucho, o se entiende demasiado; debe (de) querer decir que discriminar literaturas comprometidas e incomprometidas es una actividad pareja al ordenamiento de los entes del mundo que hacían ciertos enciclopedistas chinos que se hicieron famosos mundialmente en un famoso prólogo fucoltiano. Chistes del patriciado tilingo de entonces, más allá de un cierto espíritu zen del nominalismo a la Argentina.
Hay a mano una frase de la época y de Marechal que es mejor: no existen escritores no comprometidos; incluso los traidores se comprometen con la traición.
Hay escritores que, como el padre de Georgie, se comprometen con una mujer (con Leonor en este caso) y dejan de escribir[1], y otros que heredan por la inversa, como el Hijo, van a la literatura como promesas y se comprometen con ella. Ella en este caso es un concepto o mejor una noción o mejor una visión de la “literatura”. Quedan comprometidos en un mandato que puede devenir en convertirse – como diría alguien – en el portagrama, de… en fin, una generación, una clase, una región, y luego una imagen oficial, en algún histórico momento, de la “derecha”, en otro, de la massmediocracia general de una nación, y su iconografía sensible escolar popular y for export. Por lo demás es hasta obvio que Borges fue siempre un escritor bastante político. No era ni Oliverio ni Fijman ni Macedonio; es claro. Queda claro que el “compromiso” es humanamente inexorable; digamos entonces: compromiso político. El consenso de una imagen: la de Borges desde los años 30 fabricándose una “Torre de Marfil”; es una burrada poco verosímil. Desde el comité de Intelectuales Irigoyenistas del veintipico hasta los prólogos con declaraciones de afiliación al “partido conservador” Georgie está lleno de política comprometida, difícil que pudiera ser de otro modo en un escritor que se dejó convertir en estandarte ecuménico de una fracción - digo facción - considerable del país. Sobrarán quienes destilen interpretaciones políticas solapadas en el Gran Texto Borgeano Oficial (Obras Completas de Emecé). Todo es legible… Del paratexto a la biografía, pasando por todas las publicaciones circunstanciales no sobre “literatura” que hoy se acopian, fragmentos nada escasos de una voluntad de comprometerse, en fin, “políticamente”, creo que sobran[2].
Hoy la gente más bien no le perdona a Georgie su compromiso con… con el celibato, vamos a decirlo así, más que su presumible compromiso con - ¿cómo decirlo? - la clase dominante argentina o la oligarquía porteña. Bastaría rastrear sartas de chistes flagrantes de bloggers literatos al respecto, o simplemente considerar que el borgismo más masivizado de la época acusa como efugio la teleología de escribir y hacerlo todo “para levantar minas”. No era lo que recriminaba Jauretche, al menos en los textos[3].
Otros tiempos.
Quedarán dos imágenes de las políticas o la política de Borges. Una, por lo general resentida, con y sin razones: la de un casi evidente “compromiso” con tantos regímenes golpistas de turno hasta llegar a un famoso saludo de los 70 y una más famosa condecoración. Entre ésta y la siguiente imagen que referiré quedarán colgando un manojo de frases entre chistosas y verídicas que pueden instaurar una especie de corpus político-aforístico borgeano, así como en las presuntas antípodas, hay uno peronista o peroniano, mucho más verídico y eficaz que el propio cuerpo doctrinario organizado en forma de texto y libro. “Un abuso de la estadística”, “europeos nacidos en el exilio” etc. etc… Y en el otro lado, la otra política de Borges, no la que heredó de Lugones ni de la oligarquía castrense de sus “mayores”, sino la de ese viejo “anarquismo spenceriano”, mucho más simpático al progresismo nuestro de cada día. Una forma del anarquismo, un estado de cosas a futuro que –como él dijo – algún día mereceríamos. Para saber sobre esto llamarlo al profesor Christian Ferrer.
De toda suerte, no es Borges la antítesis flagrante de Sartre en este orden de cosas. Es Gombrowicz, a quien la literatura vigente o actual argentina menos aburrida le debe de hecho mucho más. Queda claro que no hay inocencia después de la lactancia. Hay negligencia. Delatar falsas inocencias es un viejo arte, nacional y universal. Borges no era un fogonero de barricada ni – por lo general – un autor de libelos; era simplemente un autor con cuentas pendientes y favores recibidos que compondrían lo que estamos bautizando compromiso político. Nada que ver con el caso del Clown Eslavonacional quién nos enseñó a reclamar no inocencia – todo lo contrario -, ¡más negligencia!..[4]
El engagément gagá
-Finale-
Gombrowicz no era un admirador ferviente de la filosofía de Sartre[5]. Ciertamente Sartre y Borges son como los dos grandes Otros no polacos del polaco; los dos grandes capitostes de sus otros dos países: la Argentina y Francia (sus otros polacos eran Witkacy y Schulse en principio, después otros). Mejor dicho Gombrowicz quería ser el otro de estos dos; el anti de estos dos; la sombra. El tábano emperrado. Gombrowicz tenía a Sartre en la cabeza como un quiste o como un grano en el cuculio. Si había deslumbramiento, había recelo resquemor y envidia más visiblemente. Y una voluntad de correr al existencialismo por el existencialismo; de pedirle o devolverle más bajeza más concreto más vida. Si su amigo Sabato sólo pudo ver existencialismo en sus performances y textos, se debió al análisis de corto alcance y demasiado proselitismo del tan detestado Arnesto – detestado por el insoportable consenso de época que al día nos agobia a… todos. Al “cartesianismo” de Sartre Witoldo le opuso una resistencia entre cínica y dadá que hoy pasaría más bien por “antifilosofía”; en estado proteico bruto y sin divanes. Antifilosofía denuncista, pero como tal, en permanente estado de parodia. La protesta como rictus y malabar; un showman ácido de la protesta y el criticismo: “circo y filosofía” dijo.
[1]Vid. “Jorge Guillermo Borges, el Escritor Comprometido” (http://unfilosofoproducido.blogspot.com)
[2] Para muestra, al alcance de la mano, un botón: http://www.contrarreforma.com/2/9.html
[3]Cf. Manuel Di Leo, “El Onanismo no es un Humanismo” o “Carta sobre el Onanismo” (Ez. nº 38)
[4] Vid. Artículo – creo - de Rússovich en “Vidas Filosóficas” (T. Abraham comp.). En el paraíso de lo que hoy ya se llama la “literatura de izquierda” nacional (slogan-concepto de Tabarovsky naturalmente) desde luego no está Sartre, ni casi Borges, y sí mucho más Gombro, se sabe.
[5] “El arte de mear contra el viento idealista”, idem La Rana nº1, por lo demás artículo afortunado.