De la Cultura-del-Malestar a la Odio-Tragedia por Simpatía
Hemos llevado a Macedonio Fernández a la frontera con el Kitsch. Hay que hacer el mea culpa porque es así. Guste o no. Y lo peor: gusta. En esto adhiero a la división que traza La Ética Picaresca de González.
Dos curiosas categorías sienta el capítulo I (“La conversación trágica”) de “La ética picaresca” promediando la página 50: “la conversación macedoniana” y “la conversación kitsch”, que son como un opuesto; o no pero casi. La conversación kitsch: recetas basadas en la perfidia la cargadita intencionada y simpaticona, el coqueteo con un segundo sentido que aflora monotemático. “Es un cántico triunfal a la perversión”. Se basa – al pie de la letra continúo glosando - en la permanente confusión dialéctica de lo bello y lo necio. Indica una impresión sobrecargada de las reglas de etiqueta entre lo solemne lo sentimental y lo ridículo. Su campo de acción ejemplar es la televisión. La conversación macedoniana (“fernandiana” me atribuyó un día este autor ante un probable suplicio compartido por perseverar tipiando ese adjetivo monstruo) “trata de decir lo máximo, pero omitir la figura del decidor”, supone la oclusión del sujeto de la enunciación, donde la conciencia tiene como único sentido convertirse en una fuga de sus propias posiciones, y es un acto lúdico que deriva en la ironía y en el hecho de que los hablantes están ausentes. Dice que es “una técnica propia del patriciado literario argentino” que “permite que el saber quede sin origen devorado por la ironía, luego que la omisión de autores permita la apropiación libre de ideas y por último, que nadie sea lo que es y todos sean lo que son”. “La conversación macedoniana es el reverso ético y crítico, el otro extremo imposible de la grosera conversación televisiva kitsch” (54).
Para Horacio González el trágico, el hombre trágico, en un mundo sin Hegel, no es más el héroe, sino el pícaro. Hay tragedia en la picaresca. El pícaro, entre lo noble y lo burdo, entre lo alto y lo bajo, puede servir a ambos reinos. Tiene dos reinos el pícaro: el macedoniano y el kitsch. Es una forma que prolifera más allá del bien y del mal; pero no de lo alto y lo bajo. La picaresca no es el reverso de la tragedia “sino un incómodo factor de complemento y entremezcla” (74). Al contrario del concepto jegueliano lo trágico es la compulsión a saber lo indebido y la repentina iluminación de que no-se-es-lo-que-se-es. Lo social es heterogéneo de lo trágico. El saber trágico es pura ficción de las vidas que actúan fuera de la trama social. La interpretación trágica es adversaria de la historia social. “La picaresca es la historia, literariamente tratada, de la inadecuación del sentido público a la conciencia privada” (90). En la conversación trágica el conversador no conversa, espía, acecha (69). “La conversación trágica es una picaresca que se les fue a todos de las manos. Irse de las bocas: como sea, la conversación trágica es también un modelo de sociedad, sin sociedad” (70). El secreto es la base del orden el orden del poder el poder de la subjetividad. El poderoso calla y no permite que el desposeído calle (E. Canetti). Lo demoníaco es lo reservado y lo involuntariamente revelado (Kierkegaard). El inconciente es la forma infinita del secreto. Quien no tiene secreto puede convertirse él mismo en un secreto. Como en ciertas mujeres, hay secreto por transparencia (Mil Mesetas). La conversación trágica es la que no puede dejar de confundir el secreto y el pretexto (68). El secreto es la forma cerrada y absoluta del pretexto. “La forma de la realidad tiene la configuración del pretexto” dice la página 119 (y se ve en esto una variedad de la vieja “Teoría” o “Doctrina” que hablaba de la realidad como una “pretextación de la conciencia”). Bajo este morboso cuadro de situación aparecen la “picaresca” y “la figura” del pícaro. Sino singular el del pícaro – según se lee – porque puede jugar a dos puntas; pero para los dos equipos. El “pícaro” está entre el santo subrepticio, el chanta anónimo, y el sorete camuflado. Y entre Macedonio y Su Giménez. Ved. Se dice que el pícaro “es el que puede fingir ser un ángel” pero también que en “el mundo picaresco se esconde lo alto con lo bajo, lo opuesto al mundo puritano”. “El pícaro es aquel que, expropiado del mundo del honor, vuelve a él no como paria sino como asumido comediante de las creencias. Es el último creyente en un mundo sin creyentes” (o sea puede esconder un fin puritano de fuga del mundanal ruido). El trabajo de la picaresca consiste en confundir los motivos colocándolos en un orden paradojal de esconder un motivo en el otro (79). El trabajo del pícaro es confundir los motivos de la acción. Esconde una meta alta con habilidades bajas. El orden picaresco – gloso y reduzco - apela a un despojamiento absoluto de las creencias. Nadie coincide aquí con lo que piensa y nadie es concomitante con lo que dice. El pícaro actúa en un mundo donde aparentemente no hay nada que interpretar. Cuando muere Gadamer florece el pícaro. Es el plus ultra de la hermenéutica (82). Aquí la verdad no es un efecto del poder, “es el producto de la caída impensada del entramado de las maniobras puestas en práctica para fundar identidades”. “El pícaro no vive en el caldo amniótico foucaultiano” (83). Respeta las normas sin creer en ellas, su lugar es el del que debe subsistir a través del ingenio. Mantener separados el sujeto del enunciado y el de la enunciación.
No se entiende. El pícaro esconde lo alto con lo bajo… ¿y también lo bajo con lo alto? Se vuelve acá a la tensión entre el parlar macedónico y la cháchara kitsch. Como toda alma amasada por el bios theoretikós Hegel detestaba la ironía. Gramsci también. Le oponía el sarcasmo (101). Acá, llegados a este crucial punto, el del “sarcasmo revolucionario”, uno debería hacer introducir dos “conversaciones” omitidas para mediar en este mundo polarizado, o bien: bipolar, en el que probablemente oscile la normalidad de la conversación universitaria local. Serían: la conversación diogenesiana, y – más cerca – la conversación gombrovichiana. De la segunda a la primera se transitaría desde un doble desmantelamiento de la posición macedoniana y la kitsch todavía dentro de la frontera verbal de un cierto arte – sarcástico - de la injuria a un avance inmediato a la materialidad de los hechos, al mismo probable fin. En otro libro este autor versa sobre la discriminación del cinismo “moderno” y el “antiguo”. Introito a la denominable conversación arltiana. No creo que haya “ciencias sociales” arltianas. Cómo hay “ciencias sociales” de lo trágico es un misterio. Una paradoja: no podría haberlas. El sociólogo trágico es una “figura” parecida al solipsista que escribe y al autista paranoico. Puede ser un desclasado de lujo que brilla fuera de quicio. Un héroe de la sospecha y un traductor del Genio Malvado a una lengua gremial y codificada, al salario de una jerga. Una sociología de la res cogitans al revés, o un sicoanalista sin sique. Bueno, todo eso ya ocurrió; pero puede ocurrir de otras formas. ¿Cómo decir?, ingeniosa, talentosa, en fin… resemantización del malestar en la cultura, en la cultura argentina, no en la cultura referida por los antropólogos que leía el profesor Freud, sino en la cultura en el sentido penoso del programa de Quiroga de los sábados, en el sentido del efugio, del efugio de la cultura. Se entiende, no.
(También sería medularmente picaresca la concepción de la escritura como una forma evidentemente equívoca por no decir simulada de habla. El mismo M. F. lo establece en una carta a – justo – Ernesto Sabato, apodado “Arnesto” por un polaco al que apadrinó, y visto como El-Hombre-que-Quería-Devenir-Estatua en una famosa Historia de Sarmiento a Cortázar. Conversar o conservar le decía M.F. conocido por la historia como el gran conversador y que dejó una sarta de conservadores de discípulos, empezando con aquel célebre por afiliarse al partido homónimo. La escritura siempre fue una lata de conserva o un monólogo con deuteragonistas. Efectivamente es la auténtica “conversación de un sólo lado”. Un lujo en todo caso del “patriciado literario nacional”, conservar conversando. Fundación mítica de los cidís de poemas y de los Borges orales, empezando por el tamaño de su esperanza. Scripta volans. La última producción reconocida en la línea de este linaje sería alguna novela de Aira que comienza siendo un volante, un papelito publicitario hecho por serigrafía para tirar por debajo de las puertas para promocionar algún servicio cultural, y que termina por expandirse zapallalmente engrosándose en una novela. El otro lado de “la escritura pícara” ergo, es el paper. Esmoquin de La Salada para lucir en la chance de una aspiración de ascenso social basado en la fácil capitalización simbólica organizada por el sistema estatal-curricular, aparato legitimador de las prácticas socializadoras de unos “nuevos ricos” del medio estado-cultural y del campo institucional del “saber”. Traducido al otro mundo de la escritura: el sino bipolar de lo trágico: la escritura trágica, en el campo orégano del saber, de… los sociales de la “ciencia”: la escritura macedoniana versus la escritura kitsch: el paper. Kitsch: el aprendizaje de una nomenclatura y una lexicografía para la salvaguarda gremial de un sentido rebuscado donde se alega el cumplimiento de un deber laboral bajo la férula profesional de un rigor y una seriedad de teleología nobiliaria: una aristocracia de mérito aglutinada por un conjunto de pequeñas instituciones que forjan la filiación de una nueva comunidad gregaria de lujo – gregarismo monacal - . Novelón teorético para la continuación posbachillerato del sentimentalismo cursi del sector intelectual de la burguesía media. Folletín del discurso especulativo. Best seller pop-serializado del terror anónimo del discurso universitario. Ahí vemos dos estratagemas bastante usufructuadas de dos generaciones bien distintas; la una con ese conocido abuso del “recurso al ensayo” que llevó a la escritura macedoniana a la frontera “crítica” con el aparato legal de la sabiduría oficial de los estamentos del Estado; la otra, harta de esos tropos de los viejos, formateada por las “éticas” del rock la televisión o las barrabravas, por el nuevo humanismo “inglés/computación” y readaptada a los lineamientos ortodoxos de la nueva universidad posproceso, condenada al “Informe para una academia”. Hay escritura, no metafísica. Hay picaresca. Sabios no; pícaros.)