Pirulo dice “no me olvido de una escena. Yo estudiaba filosofía pero quería además ser escritor. Alguien me dijo (a todo esto): estás condenado a Sabato. En fin. Era joven. Y tonto. Era alguien. Asistía de vez en cuando a las disertaciones magistrales de los pequeños grandes popes de la sabiduría crítica de la academia rosarina – a donde a Sofía le llaman saber -. En vez de ser un chupaculo del Gordo-Boxeador, como muchos de mis compañeritos, leía algunos de sus libros, de sus artículos, y hacía acto presencial en sus conferencias de tanto en tanto. Iba también a las de Oliva y a las de Rosa y los Porteños (que siempre venían a reforzar con sus dictados reservados para el final la sapiencia de los locales), y siempre lo hacía con cierta rescatable distancia. Me sentaba por ejemplo después de la fila diez seguro. A veces levantaba la voz pero sólo si sabía que – desde tal distancia – esos viejos amiopados no iban a inteligir mi rostro. Me acuerdo que una vez en la calle Maipú, en eso que se llama “Rectorado”, Nicolás Rosa hacía alardes de haber nacido pobre y en el Saladillo, un viejo barrio construido antaño por los ricos y ganado luego por los pobres”.
“Nicolás Rosa parecía un ser sacado de los diálogos de las obras de teatro de Oscar Wilde; incluso, parecía Oscar Wilde. Me parecía a mí, que entonces todavía leía a Wilde. Se me cruzaba por la cabeza, acaso, “El alma del hombre bajo el socialismo”; esteticismo, amaneramiento putísimo, y defensa del socialismo en medio de la literatura. Oscar Wilde o Bruno Gelber diciendo fui montonero. Era la perplejidad: que Nicolás Rosa fuera un muchacho de barrio. La perplejidad era. Rosa decía yo llegué a ser lo que soy (un señor exitoso), a dar clases en Norteamérica, a publicar libros y acaparar cátedras gloriosas, y nací en el Saladillo. ¡Se puede! Se puede pasar del Saladillo al hiperrococó de la glosotecnocracia. En su expansión del texto literario al texto crítico el latin barroco, obligado al canje crítico de obtuso por obvio, a la acumulación de lo ganado, al sueldo de los entimemas de la pedagogía, al arte crítico como defensa personal del lector a sueldo contra el ataque mortal de la literatura, y etcétera, cobra las formas de una especie de rococó. Posfreudomarxismo lacanolingüístico que en el límite mesopotámico de la pampa húmeda llegaba a un extremo impensable por un francés: Lezama convertido en Teofrasto”.
“Yo no nací jamás en el Saladillo. A veinte cuadras del centro se es siempre un pequeñoburgués, con mala suerte, empobrecido; de proletariado nada. Mientras el Presidente leía a Sócrates – el extremismo de la crítica (leer hasta en donde no hay texto) - nos condenaba a un lumpenismo inédito en la familia inmigrativa nacional, con matrícula universitaria. Todo el boato y todo el teorema, todo el código pudiente era posible hasta desde el Saladillo, pero no la literatura”.
“La plebe es manierista. La crítica es el manierismo de la literatura. La plebe de la literatura. Barrido y limpieza. Y Góngora”.
“No hemos querido decir nada, hemos dicho. Tributo también, por qué no, a Nicolás Rosa”.
“Nicolás Rosa parecía un ser sacado de los diálogos de las obras de teatro de Oscar Wilde; incluso, parecía Oscar Wilde. Me parecía a mí, que entonces todavía leía a Wilde. Se me cruzaba por la cabeza, acaso, “El alma del hombre bajo el socialismo”; esteticismo, amaneramiento putísimo, y defensa del socialismo en medio de la literatura. Oscar Wilde o Bruno Gelber diciendo fui montonero. Era la perplejidad: que Nicolás Rosa fuera un muchacho de barrio. La perplejidad era. Rosa decía yo llegué a ser lo que soy (un señor exitoso), a dar clases en Norteamérica, a publicar libros y acaparar cátedras gloriosas, y nací en el Saladillo. ¡Se puede! Se puede pasar del Saladillo al hiperrococó de la glosotecnocracia. En su expansión del texto literario al texto crítico el latin barroco, obligado al canje crítico de obtuso por obvio, a la acumulación de lo ganado, al sueldo de los entimemas de la pedagogía, al arte crítico como defensa personal del lector a sueldo contra el ataque mortal de la literatura, y etcétera, cobra las formas de una especie de rococó. Posfreudomarxismo lacanolingüístico que en el límite mesopotámico de la pampa húmeda llegaba a un extremo impensable por un francés: Lezama convertido en Teofrasto”.
“Yo no nací jamás en el Saladillo. A veinte cuadras del centro se es siempre un pequeñoburgués, con mala suerte, empobrecido; de proletariado nada. Mientras el Presidente leía a Sócrates – el extremismo de la crítica (leer hasta en donde no hay texto) - nos condenaba a un lumpenismo inédito en la familia inmigrativa nacional, con matrícula universitaria. Todo el boato y todo el teorema, todo el código pudiente era posible hasta desde el Saladillo, pero no la literatura”.
“La plebe es manierista. La crítica es el manierismo de la literatura. La plebe de la literatura. Barrido y limpieza. Y Góngora”.
“No hemos querido decir nada, hemos dicho. Tributo también, por qué no, a Nicolás Rosa”.