Savater es un filósofo de moda; Savater es un filósofo divertido. Y aburrido. Usa anteojos rosa y panza de la edad. Dejó de lado el misterio y la mística semi-institucional de los franceses de los 70 para convertirse en un Ortega televisivo a la vuelta de un par de décadas. Entre algunas previsibilidades de demócrata bien pensado y filósofo de “Clarín” (¿o es “La Nación?) larga algunas cosas fuertes. Y justas. Dice ejemplo que los filósofos no se dedican a la filosofía sino a la filología, y es evidente que tiene razón. Es perseguido por la E.T.A. y por un grupo de estudio de tías cuarentonas revolucionarias de la Facultad de Humanidades rosarina. En España, parece, la filosofía es más peligrosa que acá. Los vascos fabrican etarras – no erratas - , y unamunos, y traductores de Cioran.
Barthes escribió que “las reglas de la literatura” – en fin… - son las de la lingüística, las de la alusión, no las de la filología. Los escritores trabajan con el segundo sentido de las palabras, no con el del diccionario y afines. Porque, dice Barthes, los escritores son descendientes de Cratilo y creen en el fondo que el signo no es arbitrario y que el nombre es una propiedad natural de la cosa. El filósofo, adusto, bien pensado, tolerante, demócrata, antitotalitario, antirrealista, no. Prefiere abocar su vida al martirio por el sentido recto o literal del enunciado. O por lo menos: hace como que. La lingüística y la filología, o lo que parece lo mismo, la literatura y la filosofía, tienen propósito adverso: las segundas reducir las ambigüedades del lenguaje – un propósito sin fin, de cobayo -; las primeras incluso producirlas, una especie de hipérbole general aplicada a lo real del lenguaje. Barthes decía que la literatura es una Crítica del Lenguaje.
“El grado cero de la escritura” cierra con la frase profética de que “la literatura deviene la utopía del lenguaje”. Será, dice alguien (no yo) que la filosofía, su institucionalidad, su sentido común, sistema ideologemático de su comunidad, plantea soñarse como la utopía de la filología. Entristece.
(Un buen título puede salvar un triste artículo profesoral)
¿La filosofía es contagiosa?