(Luciano de Samósata por Sloterdijk)
Antifilosofía quínica y antifilosofía
cínica
Luciano
es un burlador profesional, un ascendiente de ilustrado burgués, “irónico
supercultivado” lo llama Sloterdijk, una suerte de positivista cuya empresa
general pareció ser ridiculizar el conjunto de costumbres y ritos sociales más
o menos irracionales, irreflexivos o hipócritas, en pobres medios y ricos, en
todos los pueblos y naciones, y en todas las profesiones y grupos sociales. El
kosmopolites diogenesiano con él adquiere otra dimensión: Luciano es –por su
profesión misma incluso- un viajero, a la manera -¿protoetnológica?- de tantos
philosophes modernos, y también a la manera de las celebridades culturales de
ahora dando conferencias desde cierta posición universal de un lado a otro de
la civilización. Observa no sólo los cortocircuitos entre la ideología
declarada y la vida privada de los intelectuales –individuos sectas o
escuelas-sino la estulticia propia de los ritos y costumbres entre las
distintas tribus y ghettos, la necedad de las prácticas religiosas populares o
regionales, y la decadencia envilecimiento e hipocresía de las escuelas
filosóficas o bien religiosas. El gran enigma al que parece que no pueden
terminar de responder los historiadores y especialistas vendría a ser éste:
¿desde qué lugar? Quién habla, o sea
quién era Luciano, esto es qué valores representaba, asía. En qué medida era un
moralista y en qué medida era un bromista. En qué medida su crítica era una
diatriba hacia la plebe y los pobres diablos izada desde la moral del amo como
una suerte de intelectual al servicio de las “clases dominantes” y en qué
medida esa crítica era un despliegue de un sistema de valores ascéticos, una
filosofía. Luciano se dedica a mostrar la decadencia concreta de las escuelas
de pensamiento, sin saberse si lo que describe tiene una jerarquía apodíctica o
asertórica; no se termina de saber si quiere decirnos que los valores de las
escuelas filosóficas son impracticables o no son practicados. Si se critica la
inaplicación de ciertas teorías, ciertas teorías en sí mismas o a la teoría en
sí y en cuanto tal. En cierta forma con Luciano se está como ante Sócrates
frente el átopos. Entonces ¿era un mayéutico-textualista o un sofista
mercenario al servicio de la idea que conviniera en cada caso?
El
quinismo que con Diógenes había nacido como una suerte de vitalismo de los
pobres, revulsivo pero alegre, anti-rebaño, lúcido y genial, en la época
lucianesca –según su propia semblanza- parece haberse vuelto gregario y
mórbido. Las cofradías quínicas que Luciano vitupera tienen todo el aire de
época del cristianismo primario, y parecen estar embebidas de prácticas
extrañas a los modos de la
Grecia clásica, que –parece- remiten a los mártires
religiosos hindúes. Con Constantino empezaría la cristianización del poder,
pero en la época lucianesca del medio imperio romano, podrá decirse que lo que
aparecía era –más modestamente- la paulatina cristianización de la escuela
cínica. Lo que Luciano señala es la doctrina diogenesiana convertida en un populismo y en una secta fanática
pre-cristiana. Pero además hace otro tipo de denuncia: los considera no
meramente falsarios y mártires masoquistas, también megalómanos y vanidosos
cuyo fin señero es la fama y pasar a la inmortalidad. En este sentido juega el
papel del psicoanalista cósmico o salvaje de su época, el portavoz del universal
piensa mal y acertarás; la infamia automática, la mala conciencia de su
época. Viene a cuento este párrafo de
Sloterdijk al respecto que podría servir para relevar la validez de toda
crítica: “Pero habrá que seguir pensando
que los hombres, en el enjuiciamiento de sus semejantes, no aplican las medidas
de su propio sistema de referencias, pues, en definitiva, hablan de sí mismos
cuando hacen juicios sobre los otros. De acuerdo con todo lo que sabemos de
Luciano, difícilmente se podrá dudar de que ha sido el ansia de fama el sistema
de referencia que ha desarrollado en buena parte su propia existencia”. “Las similitudes con la actualidad saltan
tanto a la vista que no es necesario seguir el tema. Merece la pena mirar en el
antiguo espejo del quínico Luciano para reconocer en él una fresca actualidad
cínica.”
Sloterdijk
y el quinismo tránsfuga
El
apartado dedicado a Luciano en la
Crítica de la Razón Cínica se
llama “Luciano, el sarcástico, o la
crítica cambia de bando” y esboza su figura con reseñar básicamente un solo
texto lucianesco: “Sobre la muerte de Peregrino”. El texto flota en la Red, no quisiera detenerme a
resumirlo, apenas saber que cuenta la vida y muerte de un cínico que se pasó
por un tiempo al cristianismo y a la profesión de ciertos hábitos ascéticos
hindúes y que decidió cremarse en vida y en público, y a quien se presenta como
un impostor en busca patética de reconocimiento y gloria postrema. En el
esquema de la CRC Luciano
viene a ser algo así como la primera transfiguración evidente del quinismo al
cinismo en la historia intelectual. Impresionado más que nada con la lectura de
aquel opúsculo, Sloterdijk lo semblantea como “un ideólogo cínico que denuncia
a los críticos del poder ante los poderosos e instruidos tachándoles de locos
ambiciosos. Su criticismo se ha convertido en oportunismo, calculado según la
ironía de los poderosos que quieren divertirse a costa de sus críticos
existenciales”. En él el “impulso quínico” sufre un “cambio brusco de una
crítica cultural plebeya y humorística a una cínica sátira señorial”. Ahora, si estos nuevos quínicos guardan
cierta fidelidad a la escuela originaria que no Luciano, éste en cambio
conserva de aquella algo que estos otros abandonaron. A diferencia de Diógenes
y Luciano estos nuevos filósofos llamados cínicos de la época lucianesca son
trágicos y serios. “Entre Peregrino y
Luciano aparecen cambiados los roles, pues en Diógenes sería impensable un
gesto tan patético como semejante heroica muerte voluntaria. Diógenes, y de
esto podemos estar seguros, habría tildado esta muerte de locura, y aquí
coincide con Luciano, pues al quínico, hablando literalmente, le corresponde la
especialidad cómica, no la trágica, la satírica, no el mito serio.”
En
la época romana (Luciano nace en 125 y muerte en 181 DC, escribe en la época en
que gobierna y escribe Marco Aurelio) la filosofía cínica, el diogenismo, el
“impulso quínico”, se bifurcan: por un lado una práctica existencial, por otro
una satírico-intelectual. “La existencia
de Diógenes se inspiraba en la relación con la comedia ateniense. Ésta se
arraiga en una cultura de risa ciudadana, alimentada por una mentalidad que
está abierta a la broma, al golpe irónico, a la burla y al sano desprecio de la
tontería. Su existencialismo se asienta en un fundamento satírico. Totalmente
distinto era el tardío quinismo romano. En él se había dividido visiblemente el
impulso quínico: aquí en una dirección
existencial, allí en una dirección satírico-intelectual”. Los
“existenciales” vienen a ser aquellos de los que el samosatense se burla, y los
“satírico-intelectuales”, en principio él mismo.
“Los quínicos sectarios se habían aplicado
con gran celo al programa de la vida sin necesidades, al programa del «estar
preparado para todo», al programa de la autarquía; sin embargo, habían
sucumbido, a menudo con una seriedad animal, a sus roles de moralistas. El
motivo de la risa que había devuelto la vida al quinismo ateniense había
llegado exhausto al quinismo romano- tardío.” Se habían vuelto una secta
más bien de “marginados y menesterosos narcisistas” que de “rientes
individualistas”. “Los mejores de entre
ellos eran, efectivamente, moralistas de una peculiar orientación ascética o
suaves artistas de la vida que recorrían el país como psicoterapeutas morales y
que eran vistos con agrado por los deseosos de experiencias fuertes, mientras
que a los conservadores seguros de sí mismos les resultaban casi sospechosos,
cuando no odiosos.”. “Pues bien,
éstas son aquellas gentes frente a las que Luciano adopta la posición del
satírico y del humorista que originariamente les había correspondido. No
obstante, él ya no practica la burla quínica que ejerce el sabio no instruido
sobre los representantes del vano saber; su satírica es, más bien, un ataque
instruido contra los mendicantes moralistas incultos y vocingleros, es decir,
ejerce una especie de sátira señorial contra los simplistas intelectuales de su
época. Si los quínicos son los despreciadores del mundo de su época, por su
parte Luciano es el despreciador de los despreciadores, el moralista de los
moralistas.”
El
cuento termina así: “La carcajada de
Luciano sigue siendo una pizca demasiado estridente para ser serena; demuestra
más odio que soberanía. En ella está la mordacidad de alguien que se siente
interrogado”.