para herir o
para desaparecer
frenesí infantil
por malentender
y por maldecir
Cuando los tontos dicen que un escritor es inimitable se sabe que quieren decir que lo más fácil es imitarlo. Que al habérsele consentido hacer una cosa única, y ofrecerle aplauso, se ha condenado a los émulos a ser puestos al descubierto de manera evidente e inmediata. Cuando uno hace lo más fácil, casi un acto reflejo (para el plagio de genio: la primera lectura es la que cuenta), mimetizarse en uno de estos casos únicos, la policía literaria, los Chirolitas del consenso, saltan, como si la literatura –el arte- fuese otra cosa que un activismo del plagio desde el Servicio Meteorológico Nacional. Bien, borrar las huellas del objeto ingerido, asimilado, clonado, es el ejercicio que se paga, usualmente, como artículo con valor de cambio relevante en el medio. No siempre, en realidad, dado que cuando el plagio es enteramente atmosférico, comunal, interactivo, general, o sea cuando se plagia a los –por lo tanto- “imitables” –ese plagio omnia contra omnes- las puertas de los mercaditos corren la tranca. Ni siquiera se trata del “intertexto”, se trata de algo mayor, que incluye la sintaxis de todos (correlato del fútbol para todos), pero no se agota en eso: llega al gesto encubierto de arrodillarse a la demanda y desvivirse por narrar al lector pagando el texto, que básicamente existe en la forma de jurado, editor, crítico, profesor, en el caso del populismo para pocos.
Nadie quiere ser Lamborghini.
Este precursor del terrorismo de e-mail tuvo un rol: ser una patada en los huevos para los escribidores normales. Algunos hicieron como si nada. Otros padecieron malestar estomacal crónico, y se les recetó asimilarlo. Acusar el impacto, revelarlo, proclamar el mito, y adaptar por el medio que sea aquella mala nueva a una expectativa de tiempo de paz.
Lamborghini no es nadie.
La mitad de las interpretaciones triunfantes de Lamborghini son actos de expiación de un lado, perdón de otro. Tienen la forma de la excusa, a veces con un grado de ridículo incomparable. Si los amanerados de la facultad lo volvieron de culto y lectura obligatoria, bien por ellos, nadie te obligó a seguir esa carrera. Estás a tiempo de imitar a la parcialidad de Newell’s Old Boys: romper tu carnet. Por suerte yo no escribo, así que esto me resbala.
Nadie es Lamborghini.
La mitad de las interpretaciones triunfantes de Lamborghini son actos de expiación de un lado, perdón de otro. Tienen la forma de la excusa, a veces con un grado de ridículo incomparable. Si los amanerados de la facultad lo volvieron de culto y lectura obligatoria, bien por ellos, nadie te obligó a seguir esa carrera. Estás a tiempo de imitar a la parcialidad de Newell’s Old Boys: romper tu carnet. Por suerte yo no escribo, así que esto me resbala.
Nadie es Lamborghini.
(Rambo Lambo -orinal sin firma-)