(Avatares flagrantes del rock nacional ontológico)
Es gratis decir que el “boedismo zen” sintetiza algo del viejo par Boedo-Florida: Schopenhauer, que por la época era sólo leído por los nenes bian de Florida tipo Borges (bueno, sólo por Borges y M.F. en realidad), llega después de largas décadas a la biblioteca de Boedo. No a la de los marxiprogresistas de “Los Pensadores” sino al Neoboedo peronista-crítico roquero-crítico y fana del Ciclón. Hay algo antinischeano, compasivo y budístico en Casas, sí, pero también algo como de bonapartista cultural, un poco al estilo bonancible de Horacio González, pero afuera de la Universidad; porque Casas estudió filosofía pero no se dedica al sintetismo y reseñamiento usufructuario del producido creativo-académico de la crítica-ficción argentinista. Las piecillas desquiciantes que arma Horacio González con los restos filosóficos de la producción crítico-conceptual local tienen por propósito más que hacer de goma, maleabilizar el horizonte de sentidos del mundo académico nacional, sacarlo un poco de quicio y un poco a la calle, como la novela macedónica, que quería “salir a la calle”. Pero de “calle” poco Horacio González; de mediatismo más: hay algo de ontología – neocriollista – del presente; más es una política pro enrarecimiento de los papers, sacados del Discurso Único de la Universidad e intervenidos por la vieja operatoria que rescata el “frangollo”: “la sintaxis de mudanza de la oratoria textista del hombre confuso”, del hombre confusionista mejor. ¿Es que esa generación criticista agotó a Macedonio? Casas es el caso de un yopenjaueriano no macedoniano: arltiano. Macedonio se ha convertido, en la última década, en un objeto de culto de los hacedores de tesis que no quieren leer a Hegel en alemán. Ha pasado del culto al Texto al culto del Curriculum de la posmetafísica-Kitsch, estado actual de la joven filosofía académica nacional, de la jovenguardia de los congresos. Mi filosofía es de la calle puede cantar Casas con Calamaro y Juanse. El boedismo zen también tiene más ansiedad que religión; aunque la sofrena: el “realismo Márcico” no es el realismo Orteguita cucurtiano, el “realismo atolondrado”. Casas es un border pero del rock: está entre el Rock y la Cultura: al estilo Zappa pero con buena onda védica. Porque Zappa, agresivo, era al rock algo así como lo que Gombrowicz a la literatura: una máquina sarcástico-cínica, pero que en vez de apelar a la cultura baja para atacar – porque el rock era más bien la cultura baja – apelaba a Stravinsky. Casas es la izquierda cristiana-populista frente a la derecha hedonischeana de Rozitchner, el otro filósofo-rockólogo. Dentro de la filosofía-rock Rozitchner es la nueva Florida: son los chicos del centro denunciando el resentimiento orgánico de las huestes de fans de Divididos y Los Redondos. Una aplicación de Nietzsche al campo chabón. La rockología filosófica de Casas (Boedo) ofrece la contraparte yopenjaueriana y barrial. Mal que mal, o que bien, son sendos alegatos lúcidos que valen para escapar de un universo aplanador, podrido y acabado: el pensamiento rockero medio, el Zeitgeist de los quemados promedio, “idiotizados por el rock” como dice un famoso poema del gran matón de Pami Lamborghini prosaico o say no more de la crítica Rodolfo Fogwill. El criticismo rockológico de Casas, en las antípodas o algo del de Rozitchner, está más cerca del de Peter Capusotto, sólo que opera por actos textuales más que por happenings de caja boba.