Una célebre frase de un maestro de nuestra adolescencia bis: Michel Foucault: “la amistad ha desaparecido”.
Este maestro había enseñado que como - del victorianismo al Big Brother de la masarquía contemporánea, o desde los valores manifiestos de la modernidad o del cristianismo o desde cuando fuere - los arrumacos y penetraciones entre varones han sido punidos, condenados, la amistad, la antigua filía, ha desaparecido.
Probablemente no sea la única causa verosímil. La sociedad moderna poco se parece a la de la ciudad-estado ateniense, donde la esclavitud, no encubierta, asumida, era además de manifiesta parcial. Aquella amistad con derecho a flirteo y más, la de los amigovios griegos, era como decirlo inter pares; afuera quedaban las mujeres, los apolíticos, los esclavos, los perros y los árboles.
Ni perros ni peronistas. El mejor amigo del griego, es el griego. Para un griego no hay nada mejor que otro griego.
Así sería la Amistad en la era de la Verdad.
En la era de la Sospecha – Pólemos-sin-Aletheia o Pamparanoia-Massmoderna -: no nos dejamos tocar el culo.
O, mejor dicho, hemos llevado la tocada de culo, a su abstracción en lo simbólico, con la consecuencia de un cambio de signo: de una pedagogía del placer a una homogogía del abuso.
Curioso que el mayor teórico contemporáneo de la tocada de culo haya sido el Hombre-de-Retiro. Gombrowicz en definitiva, cuyas prácticas sexuales – se sospecha – eran bastante filosóficas, bastante políticas – en sentido originario de los términos -; bastante griegas. Gombrowicz, un filósofo griego en la máquina del tiempo, un filósofo griego con equívoco de pueblo: nacido en Polonia en el siglo XX, exilado en Retiro; retirado en la Argentina.
Un Sócrates arrancado de raíz. Un Sócrates después del ostracismo, o con ostracismo previo. Un Sócrates con itinerario existencial invertido. Lo que da como resultado un Diógenes con traje; un Diógenes de pensiones, un Diógenes capaz de dar conferencias, un Diógenes del Café Rex, con ajedrez, medio pederasta y medio puto, aún socrático.
Una especie de pariente salvaje de Michael Foucault; sin academia, sin éxito; y radical de origen: nada de malentendidos con juventudes comunistas, aparatos marxistas, ni progresismos libertarios.
Si bien de Platón a Perón hay una continuidad – hay que decir – jegueliana (un monismo que se enuncia así: lo real es racional: o la única verdad es la realidad -, del platonismo al peronismo hay una inversión evidente: Platón demandaba a sus alumnos – se dice – que no fueran platonistas, y para un peronista no hay nada mejor que otro peronista. El peronismo-sin-Perón, aun con Perón en vida (en el ostracismo) pero sobre todo con Perón muerto, es lo inconducente, la inconducción: ha conducido a la esquizopoliteia, o de la acefalía al desastre.
Ni diogenistas ni platonistas podría haber sido una máxima del Movimiento.