Podríamos llamar a la filosofía actual, que no tiene ninguna existencia fuera de la teodicea del currículo, y del comercio vincular entre alumnos de la carrera homónima, y entre alumnillos y profes, como un Club de Amigos, … sin Amistad…
Exceptuando a lo macedoniano de su probable centro – “Ella” o “La Eterna” – encontramos un mundo bastante de amistad, tan escaso de tocadas de culo, ni las caricias de la paideia, ni el manoseo de la ontoparanoia de la sospecha. Una especie de politeia de los afectos, o de la Afección, una altruística de la traslación del yo, que suspende lo que se llamaría la teleología biológica, la individuación como zapallo haciéndose cosmos; la suspensión del “cuerpo” como fuente de la diferencia como violencia.
Todo esto se sabe, y sin embargo Macedonio dejó una frase bastante amarga o melancólica sobre la amistad, así como hoy algunos se quejan por la decadencia de la “transferencia” y el “pase”, o sea aquello que existía ejemplarmente en el vínculo de la filosofía original, y que más bien existe como farsa en la relación filosófica actual sujeta al discurso universitario, y al imperialismo del robot tecnócrata expendedor de papers posdoc, y que siguen siendo monopolizadas crecientemente, y pro exclusividad, por la instancia del diván. O sea: privatización y confesionario.
“Escribimos libros para convencer a nuestros semejantes desconocidos y no logramos persuasión en un amigo”.
Dime quién me la robó. La amistad – por conmemorar a Proudhom – es un robo.