Hoy todos queremos ser – o muchos – hijos de Gombro. Gombrowicz decía, se sabe, que los pibes vendedores de diarios en la Argentina hacen más literatura que los recoletos de Sur. De ahí (¿o del operario Porchia?) llegamos a Cucurto: el Escritor-Repositor. ¡Y Sarlo salta! ¡Ludmer monta en euforia! ¡Felices! ¡Felices! Yo en Rosario no conocí ningún escritor, de nuestra edad – la de Cucurto y la mía – que no fuera repositor de súper. Los había, eso sí, altos, célticos, frisones, mujeres, caretones, marxistosos, hijos de empresarios fundidos, de sicólogos, ayudantes de cátedra de Filo o Económicas, no sólo peronistas pobres de apariencia evidente. Ahí Cucurto la pegó. No sé si entre estos amigos míos había muchos cumbiancheros (uno sí, tocaba por salario el bajo en un grupito). Estaban los que escuchaban Led Zeppelin, Floyd, Cage, Troilo y Grela, Silvio Rodríguez, o meramente Madonna o Los Piojos.
Peronismo y César Aira, dice Cucurto, es la fórmula. Claro, acá lo entendimos todo: a Lamborghini le faltó algo, además de la falta. ¡Le faltó el menemismo!!!
Peronismo y César Aira, dice Cucurto, es la fórmula. Claro, acá lo entendimos todo: a Lamborghini le faltó algo, además de la falta. ¡Le faltó el menemismo!!!