Después de cada libro que leo soy de alguna manera otro, aunque los otros no quieren muchas veces darse cuenta, ya que suelen pedir que me adecue a la idea que ellos forjan de mí. Y si no lo hago lo hacen ellos, de todos modos.
Y aunque, al poco tiempo – es probable, y lo dicen las malas lenguas -: vuelva a ser el mismo.
Pero es así y casi no exagero. Leo para ser otro. Leo para tamizar mi estructura, mi pasado, mi inercia, en el embate y la impresión de lo leído. ¿Si no es para eso para qué aburrirse leyendo? ¿Para acumular datos y citas posibles? No, el Intelectual está muerto. Este tipo de provecho que deparan los libros, da más reveses que simpatías.
Leer para decir que se lee no es el único fin en la vida. Ni en la quieta y jactanciosa vida del Lector. No está mal para escupirle la cara a algún idiota; la agresividad es posible, y necesaria. Pero, en última última instancia, uno lee para sí mismo. Para dejar de ser sí mismo. A este lectoempiricismo radical citado podemos llamarte: bovarismo mutante o vertiginoso; bovarismo in progress; bovarismo camaleónico.
Y aunque, al poco tiempo – es probable, y lo dicen las malas lenguas -: vuelva a ser el mismo.
Pero es así y casi no exagero. Leo para ser otro. Leo para tamizar mi estructura, mi pasado, mi inercia, en el embate y la impresión de lo leído. ¿Si no es para eso para qué aburrirse leyendo? ¿Para acumular datos y citas posibles? No, el Intelectual está muerto. Este tipo de provecho que deparan los libros, da más reveses que simpatías.
Leer para decir que se lee no es el único fin en la vida. Ni en la quieta y jactanciosa vida del Lector. No está mal para escupirle la cara a algún idiota; la agresividad es posible, y necesaria. Pero, en última última instancia, uno lee para sí mismo. Para dejar de ser sí mismo. A este lectoempiricismo radical citado podemos llamarte: bovarismo mutante o vertiginoso; bovarismo in progress; bovarismo camaleónico.