Contrariamente a lo que puedan espetar ciertos bienpensados de aula, o ciertos profesores comedidos, es más probable que el pensamiento (¿el qué?) obre más por slogans, estrellas fugaces lanzadas impunemente, que por argumentos consistentes, que, en definitiva, se apoyan sigilosamente siempre en algunos… slogans, llamables “hipótesis”, “principios”, “premisa mayor”. Los que preferimos más asentarnos en el misterio que en las pesquisas prefabricadas del artesanato de la investigación, solemos tener preferencia por la imantación silvestre de los “slogans”. En fin… Mora en esta cabeza uno que dejó de saldo Roland Barthes que decía que “el lenguaje es fascista”. Bueno, era una época donde las palabras lenguaje y fascista gozaban de una nueva juventud, no como hoy abatidas en su senectud reciente. Disculpen mi involuntad de exactitud. Vivo en lo real ¿qué exactitud me queda? De lo que no se puede hablar, mejor hacer silencio, dijo otro que escribió un libro que es el listado más serio y tedioso de slogans híper y seudo fundamentados, mejor dicho solventados por la garantía del “lenguaje lógico-formal”. ¿De qué se puede hablar? Porque poder se puede. Que las hay las hay. Mejor no hablar de ciertas cosas, otro adagio, ya no de Wittgenstein, de Luca. ¿Fascismo a priori? ¿Fascismo sintético? ¿Fascismo sintético a priori?
La cosa va más allá de una falange, de un grupo de imbéciles skinheads, del “microfascismo” del señor del almacén, del peronista y el antiperonista. ¿La palabra lenguaje acabará un día de estar en boca de los lingüistas, de los filósofos, de los poetas, de los histéricos e histriones que hacen las veces de tales, de…? Y la palabra “fascismo” es la otra vedette, en boca de politólogos, de jefes de márquetin de las manzaneras, de roqueros-chabón, de seudoperonistas y seudoantiperonistas, de sofistas de cuarta del cable, del dueño del almacén, de mí, de mi menor novena, de…
Barthes, viejo gay y pianista, ni “pensar en contra de uno mismo” se salva.
Sí entiendo; no quiero entender.