(Este discurso, atribuible a un tal Ariel Lido, personaje de realismo contramágico, fue pronunciado por un actor iraní haciéndose pasar por Luciano García Barabani en la sala de lectura de la biblioteca de la facultad de filosofía de la universidad de Barcelona en enero de 2007, e interrumpido a la mitad y retirado su locutor por vigilantes del lu/gar)
¡Reciban a García Barabani! ¡Reciban a un filósofo en serio! ¡Recíbanme! Ya era hora. Hora de que apareciera uno que fuera en serio. ¡Un filósofo! No estudiantes. No profesores. No: ¡un filósofo! ¡Y en el corazón más inmundo de la plana pampa húmeda!
Pues ahí yo me hice filósofo. Ahí filosofé. Toda mi vida. Ahí filosofé mi vida. ¡Si! ¡Recíbanme! Y no se van a arrepentir; porque ni yo me arrepiento. Ni yo que soy el que tiene que soportarme full time. Soportar mi filosofía (que es insoportable) de lunes a lunes, los 365 días del año, en mi mero y somero cuerpo antiubícuo. Reciban a García Barabani. Filósofo del despropósito (des-pro-posito traduce Gaos), o del despropósito de ser filósofo. Porque esto se sabe: ¿quién quiere en estas horas vigentes de falsos bromistas e irrisorias seriedades con doblez cínico y vedada solapa pícara, quién quiere ser filósofo? ¿Quién se pone ese saco? Ese… chaleco, no el chaleco y la pipa del extinto J. P. S., no. Ese chaleco… de fuerzas. De fuerzas más bien antinischeanas – ya estoy citando, soy así, antifucoltista, integral, especialista en nada, en nada nada, no la que nadea, no la Nichts, ni la nèant. Sólo en nada -, chaleco demodé, chaleco mersa, antiquismo pintoresco, pintoresquista, de fuerza pero no solamente para contener “la locura” – porque hemos dicho de pibes que la filosofía – como práctica personal, como institucionalidad privadoestatal, y como obsoleta gesta occidental más que bimilenaria en pro de un sustituto de Dios: la Razón, pero también sus encubiertos herederos flagrantes - , es la epopeya invisibilista del dominio de la “locura”, la que le niega un espejo al cuidado de sí, pero también la extrapropia, la de los discurseos pro Sentido, la que conglomera hegemonistas por acá y por allá.
Espantarse la locura de sí, endilgarla a otro, pasarla, tirarla para otro lado, labor soterrada del discurrir discursivo llamable “filosofía”. No hablo de aquella vieja “locura” que ponía los nervios de punta en los filósofos galos de los sesenta. Esa locura más o menos sigue ahí, ahí donde estaba, y en manos no demasiado distintas. A esa locura buena, santizada, pero cuya postración no creo que se haya abemolado mucho, a esa no me refiero. Ya se le ha reconocido “un saber”, un cierto honor y el bálsamo de un positivismo invertido, la queja general destinada a las formas del darwinismo.
Ahora la filosofía volverá a apuntar a los locos malos que superviven en otros encierros – no el Borda -, locos que no creen en los Derechos del Hombre, que no ven el gran Relativismo Cultural de Occidente, que no se figuran a Hitler como el Diantre, y, por supuesto, otros mucho menos perceptibles: microloquitos. ¡Espantar la locura y pasársela a otro! ¡Y señalarlo! Ojo. Es una tarea compulsiva. No está ni bien ni mal. Es el modo de no especializarse en nada del Filósofo, actividad que ni siquiera es patrimonio de aquel que tiene o quiere tener el carnet con chapa estatal.
Pero volviendo a lo de antes: ¿se haría llamar “filósofo” el profesor R.? Se acabaron la seriedad y la oficialidad ante el epíteto y vocativo “filósofo”. El reemplazo es “posdoc”, “Lic.” y todo lo que va debajo de la palabra “CURRÍCULUM”. Yo no denuncio. Ojo. Cuento. Son, claro, “cuentos de los Entes”, pero todo es Cuento-de-los-Entes porque la meditación ontológica es contemplación en un sentido más bien oriental, es lo indecible. Se acabaron los filósofos y serán sustituidos por las múltiples tecnicaturas oficializadas destinadas a la programación de ese perorar corporativizado orientado a la expulsión de las locuras o lo que es lo mismo, a un decir sin objeto de una autoridad antiespecial sin tema y sin góndola óntica. Y Filósofo se expresará, en el forreo, en la cachada, en la locurita de risa de un cualquiera adherido a una máscara sin corzo, fuera de lugar, en ese registro en el que ni siquiera se anotarán estas palabras, el de lo Kitsch. Esto que estoy diciendo es mentira. Y no soy serio ni un falso bromista. Ni soy filósofo. Ni la filosofía es eso que se acaba de enumerar. Pero tampoco es nada. Pero recíbanme, aunque no soy nadie. Y cambiaré mi nombre con tal de que no se me atribuyan estas palabras. Pero recíbanme. ¡Reciban a García Barabani! ¡Hermanos!
Pues ahí yo me hice filósofo. Ahí filosofé. Toda mi vida. Ahí filosofé mi vida. ¡Si! ¡Recíbanme! Y no se van a arrepentir; porque ni yo me arrepiento. Ni yo que soy el que tiene que soportarme full time. Soportar mi filosofía (que es insoportable) de lunes a lunes, los 365 días del año, en mi mero y somero cuerpo antiubícuo. Reciban a García Barabani. Filósofo del despropósito (des-pro-posito traduce Gaos), o del despropósito de ser filósofo. Porque esto se sabe: ¿quién quiere en estas horas vigentes de falsos bromistas e irrisorias seriedades con doblez cínico y vedada solapa pícara, quién quiere ser filósofo? ¿Quién se pone ese saco? Ese… chaleco, no el chaleco y la pipa del extinto J. P. S., no. Ese chaleco… de fuerzas. De fuerzas más bien antinischeanas – ya estoy citando, soy así, antifucoltista, integral, especialista en nada, en nada nada, no la que nadea, no la Nichts, ni la nèant. Sólo en nada -, chaleco demodé, chaleco mersa, antiquismo pintoresco, pintoresquista, de fuerza pero no solamente para contener “la locura” – porque hemos dicho de pibes que la filosofía – como práctica personal, como institucionalidad privadoestatal, y como obsoleta gesta occidental más que bimilenaria en pro de un sustituto de Dios: la Razón, pero también sus encubiertos herederos flagrantes - , es la epopeya invisibilista del dominio de la “locura”, la que le niega un espejo al cuidado de sí, pero también la extrapropia, la de los discurseos pro Sentido, la que conglomera hegemonistas por acá y por allá.
Espantarse la locura de sí, endilgarla a otro, pasarla, tirarla para otro lado, labor soterrada del discurrir discursivo llamable “filosofía”. No hablo de aquella vieja “locura” que ponía los nervios de punta en los filósofos galos de los sesenta. Esa locura más o menos sigue ahí, ahí donde estaba, y en manos no demasiado distintas. A esa locura buena, santizada, pero cuya postración no creo que se haya abemolado mucho, a esa no me refiero. Ya se le ha reconocido “un saber”, un cierto honor y el bálsamo de un positivismo invertido, la queja general destinada a las formas del darwinismo.
Ahora la filosofía volverá a apuntar a los locos malos que superviven en otros encierros – no el Borda -, locos que no creen en los Derechos del Hombre, que no ven el gran Relativismo Cultural de Occidente, que no se figuran a Hitler como el Diantre, y, por supuesto, otros mucho menos perceptibles: microloquitos. ¡Espantar la locura y pasársela a otro! ¡Y señalarlo! Ojo. Es una tarea compulsiva. No está ni bien ni mal. Es el modo de no especializarse en nada del Filósofo, actividad que ni siquiera es patrimonio de aquel que tiene o quiere tener el carnet con chapa estatal.
Pero volviendo a lo de antes: ¿se haría llamar “filósofo” el profesor R.? Se acabaron la seriedad y la oficialidad ante el epíteto y vocativo “filósofo”. El reemplazo es “posdoc”, “Lic.” y todo lo que va debajo de la palabra “CURRÍCULUM”. Yo no denuncio. Ojo. Cuento. Son, claro, “cuentos de los Entes”, pero todo es Cuento-de-los-Entes porque la meditación ontológica es contemplación en un sentido más bien oriental, es lo indecible. Se acabaron los filósofos y serán sustituidos por las múltiples tecnicaturas oficializadas destinadas a la programación de ese perorar corporativizado orientado a la expulsión de las locuras o lo que es lo mismo, a un decir sin objeto de una autoridad antiespecial sin tema y sin góndola óntica. Y Filósofo se expresará, en el forreo, en la cachada, en la locurita de risa de un cualquiera adherido a una máscara sin corzo, fuera de lugar, en ese registro en el que ni siquiera se anotarán estas palabras, el de lo Kitsch. Esto que estoy diciendo es mentira. Y no soy serio ni un falso bromista. Ni soy filósofo. Ni la filosofía es eso que se acaba de enumerar. Pero tampoco es nada. Pero recíbanme, aunque no soy nadie. Y cambiaré mi nombre con tal de que no se me atribuyan estas palabras. Pero recíbanme. ¡Reciban a García Barabani! ¡Hermanos!
18: 45- 19: 15
2/2/07
BCN