(Una lectura de Fogwill)
Primero un acto intermedio; el de un texto del año 95 en uno de sus instantes más conmovedores:
“Con Macedonio Fernández renace la filosofía argentina, pero todas estas palabras están falsamente colocadas. Renacer, filosofía, argentina, Macedonio: ¿Qué son sino vocablos de una verbosidad que se escurre sin referencias en nada, ni en la historia, ni en el ser ni en la vida?”.
Unos años antes, en otro libro del ramo, Horacio González o el mismo de marras distingue – distinguía - dos polos malogrados de la vida filosófica argentina de los años idos recientemente: Habermas y Lacan. Una idea de corporatividad democrática y anonimato colectivo, y la adversidad sibilante y dandista de un personalismo esotérico-patafísico. La traslación de Habermas y Lacan al ambiente argentino es el problema. Sus agentes locales, a diferencia del usufructo originario de Masotta (como se lee en el “Epílogo”, que hizo con Lacan algo así como lo hecho por Fernández con James) son los ejemplares contribuyentes de un desdichado estado de cosas tal que le lleva al autor, al autor citado supra, sujeto de la enunciación-enunciado o de un registro nacional de propiedad intelectual y un “nombre de autor” pero que reclama una cómplice responsabilidad amical compartida o absolutamente inexistente (“Epílogo” infra) a escribir:
“la filosofía argentina ya no existe”.
Más de una década después – tercer acto - titula – aba- , también desde una trinchera marginal del propio Estado, y ya de un modo sí más anónimo, en común, cómplice y sin infrascrito:
“¿existe la filosofía argentina?”.
Respuesta: no. No existe la lucha de clases.
Fuentes:
“La ética picaresca”
“El filósofo cesante”
“¿Existe la filosofía argentina?”
“Gritos equivocados”
“La ética picaresca”
“El filósofo cesante”
“¿Existe la filosofía argentina?”
“Gritos equivocados”