“Y es la pura verdad para todos nosotros que la mayor
dificultad,
aquella que exige
de nosotros una creación,
no es la de descubrir y comprender a Nietzsche.
La dificultad es el saber, filosóficamente, cómo
perderlo”.
Dado que este blog entre otras
cosas se ha promovido como un foro de proyección de la “antifilosofía
antipoética” nos proponemos en principio dar algunas indicaciones de lo que no
pensamos que es la “antifilosofía”. No sólo porque no cualquiera es
antifilósofo sino porque la antifilosofía no es cualquiera. Desgraciadamente es
ya una antidisciplina estrictamente reglamentada. No es cosa de insultar y ya
serlo. No basta con agredir sistemáticamente a los obreros del filosofema para
que te llamen antifilósofo. La antifilosofía ya está ganada de antemano por el
espíritu de la seriedad, porque no es cualquier sanata ni empieza y termina con
la primera o última trompada en la cara del buen licenciado. El antifilósofo no
es simplemente el némesis automático del filósofo, su archienemigo por la
archienemistad misma. De hecho, en relación a la amistad como asunto, no puede
decirse que el antifilósofo sea un promotor de la enemistad –en oposición al
filósofo como un cultor de la amistad originaria-. La frase lapidaria “amigos,
no hay amigos” se escuchó en el lecho de muerte de Aristóteles, un evidente
filósofo, y su reversión fue ejecutada por la noble mano de Federico Nietzsche
(“enemigos, no hay enemigos”), patrono si los hay de nuestros compañeros
antifilósofos. Usted podrá llamarse “antifilósofo” si gusta, para nosotros es
apenas una onda. Sin embargo, para el gusto más exastista, la antifilosofía ya
ha sido establecida como un concepto más o menos preciso convirtiéndose en un
jingle de moda, ya para promoverla o prevenirla, gracias a los esfuerzos del
marroquí y maoísta Alain Badiou, filósofo lacaniano –si se concede el
oxímoron-. Porque el resurgimiento de esta bella palabra simpática se lo
debemos también a Jacques Lacan, aquel divertido psicótico pro pater familias.
Desde el edificio lacaniano el psicoanálisis es una actividad antifilosófica.
Badiou ha tratado de razonar el borroneo conceptual de Lacan, y desarrollarlo
de acuerdo a uno de los ejes principales de su grande proyecto, el de una
filosofía lacaniana (por decirlo así un lacanismo
invertido). Badiou nos habrá de enseñar que así como la antifilosofía se
hace con la filosofía –y no sin ella, ni simplemente afuera-, la filosofía se
hace con la antifilosofía (“siempre es la heredera de la antifilosofía”). En su
esquema –el de Badiou-, filósofos y antis son contendientes caballerescos; más
todavía: galantes, cortesanos incluso. Disienten en el consenso por decirlo en
cierta forma a la manera de Bourdieu. El antifilósofo no es necesariamente un
señor que les pega a los nerds o sale a cazar doctores pedantes mantenidos por
el Estado. Puede ser un hombre afable e incluso dar clases, conferencias, ser
licenciado, profesor, y hasta ser mundialmente conocido como filósofo. O sea no
es necesariamente un bruto, un “filósofo bruto” –a la manera de Macedonio,
según la interpretación de Diego Veccio-, vale decir un outsider del campo
intelectual. Se diría que lo que no querrá ser es sacerdote, pudiendo ser
profeta en caso de no hacerse simplemente brujo, pero nadie puede decir que la
“antifilosofía” no tenga ya sus canónigos. De hecho según Badiou el pensamiento
obligatorio del s. XX fue el que se levanta en contra de la categoría (o
“voluntad” como le llamó Foucault parafraseando a Nietzsche) de verdad –esto
es, a grandes rasgos, la sofística, pero también la antifilosofía-, ya en
nombre de Wittgenstein, de Lyotard, o de Stalin o la dupla tétrica
Hitler-Heidegger. Bajo este criterio serán posibles filósofos-profetas o
filósofos-brujos de la misma manera que antifilósofos-eclesiásticos (Badiou los
ve por todas partes, aunque creo que no sale mucho a ver si llueve). La
rencilla darviniana entre profesores-sacerdotes y creadores-profetas –narrada
por los estudios culturales de Boudieu desde el punto de vista de la lucha de
clases “de campo”- es ciertamente indiferente al asunto (Badiou es ejemplo en
sí mismo de filósofo-profeta y las aulas están llenas del ejemplo contrario,
intructores-de-Bataille o Klossowski verbigracia). Ya vemos que la división
entre filo y antifilo no es la oposición entre el orden y la aventura. Así como
Zizek señala que entre los académicos es una impostura obligatoria declararse
de izquierda (radical o progresista) para pertenecer, Badiou nos muestra que
sofística y antifilosofía son el registro del pensamiento oficial del mundo
vigente.
Según parece “antifilosofía” era
apenas un hápax legómenon lacaniano
–o sea aparece una sola vez en toda su obra- antes de haberse vuelto chic con
la recuperación de Alain Badiou. La
palabra ya había sido común en la época de los filósofos de la ilustración en
manos de sus enemigos religiosos antes de volver con el profeta del Dios
Inconciente. Cabe Lacan se identifica con el “discurso analítico” lo cual
podría llevar a rever el papel histórico de Sócrates por ejemplo (¿el padre de
la antifilosofía?) –es decir el reverso del “discurso del amo”- o bien con el
de la “histérica”, o sea el reverso del “discurso universitario”. Sobre la
“antifilosofía” en el Siècle des Lumières, empuñada por jesuitas y tipos así
contra los filósofos del momento, se puede leer alguna referencia en el Tratado
de Ateología de Onfray, autor que predica contra el ateísmo cristiano y el
cristianismo sin Dios servido de algo que llama “física de la metafísica” con
las banderas de un ateísmo “materialista” que cruza epicureísmo hedonismo y
Nietzsche, y que colateralmente combate a los antifilósofos contemporáneos en
nombre –como Badiou- de la “filosofía” (los dos se dedicaron a repasar a San
Pablo, pero el ateólogo lo deja hecho una piltrafa). Ya en un sentido
contemporáneo prelacaniano “antifilosofía”
vendría a ser un equivalente a filodoxia y sofística (según una apolilladadefinición atribuida al filósofo italiano Michele F. Sciacca es un “sistema del
error” en contraposición al “sistema de la verdad”; la "sofística o
filodoxia es el momento antifilosófico y satánico, interno
al momento filosófico". "La
historia del pensamiento, del hombre, es una lucha continua entre filosofía y
filodoxia”).
En el poslacaniano de Badiou (para el
caso más interesante que los que da Jorge Alemán, que no saca al término del
“campo del Otro” o para decirlo mejor de la mera incumbencia del campo del
psicoanálisis) no es lo mismo: hay una diferencia entre los procedimientos de
los sofistas y los protocolos de los antifilósofos. El primero, el sofista,
combate y niega la verdad desde la retórica (podría ser el caso –según Alemán-
de Derrida, el gran deconstructor, antes de amenazar volverse a la teología del
otro de Levinas); el último, el antifilósofo, la “destituye” y permanece
indiferente a ella desde un más allá del lenguaje (es lo que le decía Deleuze
cuando se carteaban: que no le gustaba la verdad). Con el sofista el
antifilósofo comparte en todo caso y en principio lo más básico de su actitud,
el antiplatonismo de base: que del lenguaje no se puede extraer la realidad.
Antifilósofo no es nomás el que declara “el carácter alucinatorio del mundo”;
más bien el que se pone del lado contrario de la adaequatio, o sea con lo real contra
la realidad. “Llamemos
antifilosofía a todo dispositivo de pensamiento que oponga la singularidad de
su acto a la categoría filosófica de verdad” (Reflexiones sobre nuestro tiempo).
Es borgeano “porque la realidad no es verbal” (Otras inquisiciones). “Es aventurado pensar que una coordinación de
palabras (otra cosa no son las filosofías) puede parecerse mucho al universo” (Discusión); esa es su frase cabecera. Antifilósofos fueron antes de Lacan,
San Pablo, Nietzsche, Wittgenstein, Rousseau, Kierkegaard, Pascal…
A continuación para ahorro del trabajo de
seguir a Badiou par lui-même, se pasa a glosar algunos detalles del siguiente
opúsculo: “La antifilosofía yla transmisión del saber: producciones de un concepto lacaniano en Alemán yBadiou”, bajo la firma
Carlos Gómez. El antifilósofo –se lee- desacredita la función teórica
de la filosofía y ofrece a cambio algo más actual y radical cambiando el acto
filosófico –pensar- por algo que no es pensable. Comparten los antifilósofos
entre ellos algunos rasgos adicionales: escritura fragmentaria, certeza
anticipada de su triunfo (sic), oposición a un determinado filósofo, cierta
feminidad misógina y cierto cristianismo. (En boca de Badiou “antifilósofo”
suena un poco a “narcisista” en boca de un ejemplar de esa forma clásica de
psicoanalizado de tipo moral allí donde el psicoanálisis termina siendo un
subset de adaptación al medio.) Es un histrión que apela al culto a la
personalidad y trasmuta el oro filosófico en barro literario y autobiográfico
(otra vez Borges: “la filosofía es una rama fantástica de la literatura” y
“toda literatura es autobiográfica”). Por boca del antifilósofo no habla la Theoría sino su nombre
propio (obviemos los casos de Kierkegaard o Pessoa, aquel de “ya bastante
metafísica hay con no pensar en nada”, ventrílocuos de apodos); no ofrecen otra
garantía que “una
constante exhibición de la singularidad existencial”. Lo que les importa es “el
cambio subjetivo que puede producir una idea, lo que nunca puede ser producto
de una formulación racional, lógica, filosófica o conceptual” (Borges definió
así al “quevedismo”: “el empeño en restituir a todas
las ideas el arriscado y brusco carácter que las hizo asombrosas al presentarse
por primera vez al espíritu” (Inquisiciones)).
Si la filosofía es transversal a los “cuatro
discursos” fantásticos de Lacan, la antifilosofía también. El antifilósofo
también puede ser “un buen maestro” y “saber todo lo que debe saber” (Ella es bailarina) de acuerdo al
discurso universitario-amo. Si acá somos borders o artistes bruts corre por
nuestra propia cuenta y riesgo como diría un irlandés.
Es posible que después de todo esto nuestro
seguidor, el pequeño aprendiz de antifilósofo, prefiera volverse a la Academia, o al Liceo o la Stoa. Habida cuenta de todas
estas precauciones, queda claro que allí encontrará quien le converse a gusto.
El campo filosófico abocado en su momento al auge de la dificultad de descubrir
y comprender a Nietzsche se aporta hoy al de la dificultad de aprender a
perderlo de la mano de lo último en filosofía, la novedad del platonismo.
Coda: La
antifilosofía –Badiou dixit (Conferencias
en Brasil)- es más que una critica una terapéutica, y cura de una
enfermedad llamada filosofía. Esa enfermedad con Nietzsche es el “platonismo”.
El acto que opone Lacan a la filosofía para ponerla a prueba es el acto
psicoanalítico, lo cual no dista demasiado de retrotraer todo el platonismo al
momento inicial de la mayéutica socrática. Sócrates, antes de ser a Platón lo
que Lacan a Badiou, en todo caso también curaba, no del platonismo que no lo
había sino quizá de la sofística y del poema. Cierto que ese eventual Sócrates
virgen de la mácula platoniana –el Sócrates Analista y no el Sócrates Amo- no
podía ser “anti” de aquello que aún no era. Hubo que esperar para ello al
Sócrates loco (o furioso según otros traductores de Platón); claro que el
“acto” de Diógenes –primer terapeuta antiplatónico- tiene mucho menos de
mayéutica que de performance, de happening o de piquete. Aunque a Badiou no le
interesa ni se ajusta a los preceptos protocolares que formula en los antis,
postulemos acá al perro como el Primer Gran Antifilósofo del Mundo.