(Didáctica III Envidia I)
El arte de sí mismo, que no es necesariamente una estética de la existencia, ni exactamente aquello que se formula con el enunciado hacer de la vida de uno una obra de arte –ya que la vida de uno es prioritariamente de los otros, de las cosas y el azar-, tiene procedimientos que aparecen a primera vista extraños: pensar contra uno mismo, un eventual ejemplo. Que yo sea otro, no ser quien escribe, traicionarse cuando no te traicionan, traicionar al enemigo, al amigo ni justicia, o no a la vuelta de cualquier esquina, compromiso con la irresponsabilidad, pensamiento anónimo, voluntad de nopodermiento mucho, impensamiento suscrito, decir mejor que hacer, escribir mejor que decir, no escribir mejor que escribir, hacer mejor que ni escribir. Ex nihilo el plagio todo lo crea. Ir de lo obvio a lo obtuso, como del trabajo a la casa, de la casa al trabajo como de lo obtuso a lo obvio, fingir un sarcasmo y el cinismo-lazarillo si entontecido mejor. Aunque conviene olvidarlo todo, hasta la incurable certeza de que la imbecilidad es el monopolio de la salvación; aunque salvación no hay pero –; pero- el lenguaje es fascista, qué le vamos a hacer [¿Contrarrestarlo? ¿Potenciarlo?]. Un día –ayer-, lo grave arribará a su punto culminante, lo bajo. Notarás que amo el lugar común, es mi mayor rareza –rara ¿no?-. Cierto, mis poemas son demasiado pretenciosos; es que no soy ni poeta en este mundo. Al contrario, lo que yo no tengo es onda, y eso sí es la falta de obra. Al menos yo envidio la locura [a falta de obra]. Nada que ver con los tribalistas de élite, que creen que la obra es la falta de locura o el campo de la didáctica. Que la sigan mamando.
Ojo con el ononismo
Y los peronismos del
Nonsense.
Ojo.