Cada uno de los vástagos de Literal, a su modo, hizo lo que quiso o lo que pudo con el cadáver de Macedonio. Zelarayán es un caso superlativo, y demasiado evidentemente único, de escritor macedoniano autógeno. Dos minutos para agradecer su teoría de la escritura –y lectura-. “Escribo lo que quiero leer”, y contra eso todo lo demás es histeria, gusto; el murmullo –yo- de la puja del mundo. Nada de primero publicar: primero leer, querer leer. No basta codear fuera a los agolpados que sobran, hay que inventarse los escritores faltantes. “Yo no tengo objetivos pero me gusta objetivar” se lee en un verso de La Gran Salina – dicen los que le cuelgan que un poema llamado a ser clásico, sin embargo reacio a los eslóganes teoréticos, “reflexiones inútiles”-. Zelarayán los tiene pero los prodiga parcamente. “Es el único privilegio del escritor: ser el primer lector”. La actividad –palabra que gastaba Blanchot- es de este sujeto llamado el primer lector, raptado –contra lo que el propio MF escribió una vez (“soy el único escritor del que se puede ser el primer lector”)- por Zelarayán que no le deja a otro ese privilegio con el que quizá soñó o simuló soñar su inspirador: el de no ser, el que escribe, el primero en leer. Punto dos: “El primer lector tiene que dejar plagiarse por el autor, aunque esto no ha pasado nunca hasta ahora. El autor pasa por alto las sugestiones del primer lector. Le saca la venda de la boca y, mientras, él se tapa las orejas”.
“¿Meros renuncios de autor distraído o de primer lector aburrido?”.
Y el problema, el asunto, el nudo: “Me han dicho que el autor anda repitiendo por ahí que él ‘escribe lo que quisiera leer’, nada más que por eso. No está nada seguro de que lo que ha escrito hasta ahora sea lo que él quiere leer”; “cuando hay un plan previo para escribir, el texto siempre fracasa”. “En realidad anda demasiado lento, sin poder acelerar… aparte de que ha perdido el control de la novela (habría que preguntarle si alguna vez lo tuvo), lo que en otras palabras significa que al seguir escribiéndola no hace más que hacerla imposible, ya que no alcanza a ver la estructura o desestructura que ella puede tener”. “El primer lector, desocupado desde hace meses, se ve obligado por falta de trabajo como tal, a seguir al autor en los fragmentos que éste escribe ‘para no perder la mano’, y que recuerda apenas o nada, porque una vez que el autor comprueba que algo puede escribir, enseguida lo rompe y lo tira”.
Y el desenlace: “Finalmente no se animó a escribir la historia, no ya por “pequeño-burguesa”, sino por comprender al fin que en el mejor de los casos, una cosa muy pensada y terminada sólo puede dar, al escribirse, un buen argumento”. “Como me quiere dejar afuera se ha interrumpido. La falta de dinero, seguro. Y es cierto. Calculó mal. Se dejó estar. Ahora cierra la novela por tiempo indeterminado. Hace rato se la veía venir. Los atrasos se pagan caros. ‘Sólo los ricos, los que no perdieron el tiempo como yo pueden escribir novelas ahora’”.
Es cierto que ya nadie quiere lo que los dictadores de entonces llamaban “textos de goce”, salvo que sean de goce a la cultura como denunció un Pelo. Se prefiere el onanismo en masa; eso consuela. Parece.
Detalle final, lo que aquel otro llamaba “desconexión”:
“¿Gost Writer de quién, cuando ha roto todos los puentes y no transige con nadie?”.