12/4/10

DE LA PROHIBICIÓN DEL INSECTO

(Cuando el cuerpo no espera lo que llaman amor)


Una eternidad
esperé/ este instante…


Hace unos meses vi en medio de la calle, en el sur, por Avenida del Rosario, caminando inconmovible sobre el asfalto a un cardenal, no un alto funcionario de la Curia Romana abocado a elegir al Papa sino al mero pájaro. Hacía años que no veía a una de estas aves industria argentina en la ciudad, probablemente todos los años que llevo encima de nacimiento. Y algunas semanas después trotando en los alrededores del Gabino Sosa vi a un pajarraco enorme, también con copete, con unas patas muy largas, pero todo gris, de alrededor de 60 centímetros. Una suerte de tero-garza, ni idea de qué era, pero desde que colapsó el zoológico jamás volví a ver dentro del ejido urbano un objeto de la ornitología lugareña de tamaño similar. El pensamiento occidental ha medido siempre al hombre entre Dios y el animal, la idea de animal político o animal racional, de griegos a modernos, contempla esta categoría de mixto. Bien por ellos. Así continuando con la serie, de apariciones callejeras circunscritas a la zoología teológica, antesdeayer vi en mitad de la vereda, en plena República de la Sexta, a una mantis religiosa. Enorme, impertérrita, ajena al paso ágil de mis 44 que podrían haberla aplastado si cierta idea de reivindicación genérica –misoginia como deseo no-humano, darwinismo de género- no se me hubiese olvidado por culpa de mi apuro laboral o doméstico. Tenía el lomo tatuado con un dibujo más o menos en forma de círculo color azul flúor a tono con la gente que quiere meter miedo deseo o llamar la atención. Yo soy de los que –todavía- dejan que la ropa roce la piel directamente; entre ambas solo aire, o tufo. También cada dos por tres aparece en mi hogar una lagartija casi traslúcida, de un tono muy claro con gusto a plástico (no soy de chupar reptiles pero existe la sinestesia hipotético-deductiva en el mundo). Tienen dedos con grandes terminaciones bien redondas y parecen de la antigua industria taiwanesa. En poco se asemejan a las que había en los jardines de mi tierna infancia, que eran verde oscuro y tipo iguana. Cuando las agarrabas perdían la cola; pero se iban, mutiladas pero airosas. En cambio el mamboretá, dios santo, acoge una metáfora adversa: no pierde la cola: te arranca la cabeza. Y por el tamaño debo suponer que era hembra, ya que son más grandes que el macho y también se tatúan. No una mariposita a la altura del coxis sino una hendidura tumbera. Este insecto en desleal pose de plegaria, como se sabe, aterra al peatón bueno y valiente por su símil sociológico. Dios sabrá porqué andaba merodeando la zona liberada de la Ciudad Universitaria. Tal vez salía de departir cháchara fundamental en un congreso Queer o Barbie bajo probable auspicio del municipio. La deliciosa y laica palabra mamboretá es guaraní. Dicen que significa ¿Dónde está tu pueblo? Una frase o sintagma extraordinario que podría fundar una sociología incluso sexual. Que podría sustituir a otras Grundfragen de tipo falocentrista al estilo “¿Qué quiere la mujer?”

¿Qué quiere una mantis?

Según el delirio empírico-positivo de la biología contemporánea parece que quieren
“maximizar su éxito reproductivo al estilo Robespierre”. Pioneras del jacobinismo literal de género tienen sus seguidoras dentro del antiguo segundo sexo allí donde las paralelas del feminismo y las femmes fatales se tocan sospechosa, sáficamente. Van más allá del principio humanista de la castración llevando hacia la locura de la acefalía. Criaturas mutilantes de Hobbes, lobas del hombre, llamado por los griegos aner agathos kai andreios: macho bueno y valiente, pechito argentino. En Atenas no pasaban de amas de casa, sin jubilación específica ni aspiración ninguna a la gran isabelíada –ni reservada a las hetairas-: llegar a presidente.

Hay quienes piensan – no sé si el cool Cerati por ejemplo (“hipnotismo de un flagelo/tan dulce”)- que el insecticidio debería ser la prohibición fundamental de la cultura. De hecho ni Lacan, Perón –a un millón de años luz de Kafka-, hablaba en alguno de sus libros del hombre contemporáneo insectizado (“Eva, Nunca Voy a Ser un Superhombre[1]”). A Deleuze, que era un buen tipo, le hubiera apasionado la historia nacional del devenir mamboretá (“¿dónde está tu pueblo?”). La salud como literatura, como escritura, consiste en inventar un pueblo que falta. Cito sin comillas su frase célibe. El mamboretá macho, abdicando ante “complicidad o conflicto”, como un cafquiano animal fabuloso, perdón –perdón Borges-: fabulador. Deviniendo escribiente. Se trataría de un partenaire cortejador que aun adivinando el parpadeo tiene miedo del encuentro. Aquel borgeano horror a la cópula y los espejos, a perder la cabeza por reproducirse. “Preferiría no hacerlo”.

Ah... tomate el tiempo en desmenuzarme… “La vergüenza de ser un hombre –no escribió Dolina-, ¿hay acaso alguna razón mejor para escribir?”

Todo al quiasmo. La vergüenza de ser un escritor, ¿hay…






[1] Eva durmió/ al calor de las masas.



-La vulgaridad es un lujo-

Susvín... rompió


Foro fáustico-Kitsch de miseria a la filosofía, viveza epistemológica, patafísica nacional popular, metafísica nazianal pop, crítica en estado clínico, antipsicoanálisis en pantuflas, boludeces con criterio empirista de significado cognoscitivo, dadaísmo tragicómico, popestructuralismo de protesta, poemas platónicos, deconstruccionismo chabón, tango rolinga, paranoia ontoteológica, solipsismo de izquierda, falogocentrismo a martillazos, martillazos al falogocentrismo, esquizoanálisis microfascista, fenomenologías del transmundo, freudomarxismo new age, pragmatismo del reviente, pensamiento poco, yoísmo ayoico al pedo, hedonismo allende el principio del placer, diogenismo del doble discurso, cristianismo con Sade, say no more sin Tractatus, partuza del pensamiento abstracto, vitalismo funebrero, antifilosofía antipoética, surrealismo silogístico, peronismo gorila, menemismo progre, palo a la argentinidad y argentinidad al palo, rocanrol ello, existencialismo menefrego, hegelismo anarcodeseante, cross en la mandíbula a Kant.




Un idiota que reclama que le sea reconocido un saber...