(César Aira "Cómo me reí")
Gilles Deleuze fue un filósofo que se dedicó a describir categorías de risas; perteneció a una escuela de filósofos, hijos moderados – con currículo – de Federico Nietzsche, que se legitimaban con la risa. Uno le llamó, con cierta voluntad de oxímoron, “la risa filosófica”. El problema del oxímoron es que cuando pasa del enunciado a lo real suele tener el gesto poco grato de invocar a lo siniestro. La voluntad de hiena del búho, es un peligro. Quién no ha conocido profesores que ríen todo el tiempo. Quién no profesa la risa… ¿Cuáles son las risas posibles que da la lectura de Aira? Imaginamos la del lector adverso, la del enemigo del airismo, que es la risa irónico-satírica, adusta y, si se tolera este vocabulario, neurótica. Una risa crítica, risa del juicio. Como la del chiste de Ricardo Piglia: “Aira es un seudónimo para escribir libros malos”. Seudónimo o nombre de autor, es cierto. He aquí la otra risa que da Aira. Es más bien la otra de la de “Cómo me reí”, esa risa aceptiva que puede imponer la violencia de una complicidad de un sólo lado. Quizá Aira – si es que existe – soporte más esta risa que aquella otra risa plausiva, ya que Aira profesa el arte de la vieja escritura mala pero desprecia la técnica de la comicidad. En el lenguaje de la teoría de la televisión: reírse con Aira, o de Aira. La ética de lo cómico en la televisión establece en el decálogo de sus mandamientos poco creíbles esa ley, aunque se refiere a esa entidad que es objeto idéntico de la mercadotecnia de la industria del espectáculo y de la política, la Gente.
Prohibido reírse. No es un siniestro epimenidesismo como el de los carteles de “prohibido fijar carteles”, pero es como un “no matarás” criminal. Un mandamiento en estado de guerra. Como un no-chiste con eficacia de cosquilla. O es el terror superlativo o es la picaresca de la autoridad.
Sócrates dijo que escribía para levantar chongos.