[Korn-Abraham-Astrada]
Indudablemente es en Samuel Tesler en donde vamos a encontrar al filósofo argentino por esencia o, en general, al filósofo mismo. Ni Astrada, ni Korn, ni Alberini, ni Francisco Romero, ni Alberdi o Sarmiento, ni Kusch, ni Tomás Abraham, Laclau, Borges, tampoco Foucault o Lacan, ni incluso Macedonio. Samuel Tesler, ese fruto pampeano de las delicias de leer a Diógenes Laercio. A él irá a parar una perspectiva fernandeciana y federiquiana de la cosa. En él la miseria de la filosofía y la filosofía de la miseria dejarán posar el ojo metacrítico y metaclínico de nuestro metafilosofar. Samuel Tesler filósofo argentino, filósofo nacional. Exoteridad extraordinaria de la esoteria del anonimato a diario de nuestra vida filosófica ordinaria. A medias entre Artaud y Macedonio aunque sacado del modelo de Fijman, un personaje real que efectivamente fue amigo a la vez de Fernández y de Antonín, a la vez que de Marechal. De toda la barra de los martinfierristas (un grupo de amigotes que inventó la literatura argentina, o al menos porteña) es el único de quién puede decirse, institucionalmente incluso, que estaba loco de verdad, porque terminó su vida - más que como un místico de conventillo – archivado en un loquero. No fue filósofo, fue cristiano y poeta – además de músico y dibujante -. Pero los personajes no van presos, ni al manicomio; se suicidan en trenes de papel o viven en un calabozo de cáñamo. Tesler además de no existir está casado más que loco, y es filósofo. Seguramente es el personaje más eficaz y memorable de Marechal, autor que ejerció el intrépido arte de convertir a sus amigos en personajes de ficción – un abuso propio y común de la literatura y con consecuencias a menudo funestas que llevan también a sacar a la paranoia del texto a “la calle” -. Ahí el destino poco venturoso de un tal Luis Pereda, probable autor de un puñado de libros nacionalistas entonces ya prohibidos al momento de publicarse “Adán”. (Uno puede pensar que aquel otrora amigo y coautor de Marechal no le perdonara dos cosas, al margen de portar otro estilo: haberse entregado al peronismo, y haber fabricado para la inmortalidad al citado personaje.) El único que fue sí mismo – “dueño de su propio genio” - en “Adán Buienosayres” fue Macedonio Fernández, previendo Marechal el entonces ya realizado destino de aquél en la cultura: ser indistintamente tan persona como personaje.
Quizá más socrático que Fernández porque fue, puntualmente, un filósofo casado, un filósofo del ultramundo (o sea con-dios), y, más incontrastablemente que aquél, un filósofo ficcional, un personaje, igual que Sócrates. Eso sí: enojoso, casi híbrido, y angelicalmente obsceno, como un Diógenes cínico. Junto con Deunamor – su versión viuda, empirista y simpática – como un Pitágoras de la Era Atómica, filósofo legendario. Un filósofo inexistente. Argentino.
BCN