6/11/11

De la improductividad de gastar a la cultura



Soy uno más que se cree importante, un verdulero del lujo autovendido como hápax de carne y hueso, osobuco de exportación. Es cierto, mi vulgaridad es un lujo, tengo que montar mi circo paupérrimo, hacer de víctima, de perseguido cultural, montar otra noche más los escenarios de mi “comedia de la necesidad”. Hacerme pasar por descamisado, loser, outsider, freak, boludo, punky, mariquita de barrio excluido, grunge, skinhead de salón, hipster, uncool, mostro. Si la norma es disfrutar sí o sí y de todo lo que se pueda… hay que hacerlo también de nuestras miserias, más todavía de las inventadas: si no hay pobreza que no se note. Para llegar las fantasías de penurias son muy útiles, el que no llora no mama y el que no hace negocios con la queja queda fuera. La causerie filosófica se une al activismo fake en el campo cultural, estamos acá para satirizarlo todo decía Zappa. La abundancia es abrumadora, hace que abunde todo, bum bum, la miseria primero que nada. La cultura del malestar es así. Ciencia tanguera, tecnoaguafuertes, y entertainment alarmista. Y si no qué: ¿autoayuda al dandi? Las dos cosas que más me gustan: la desaparición y el escándalo. Decidirme por una de ellas. Si sale mal está bien.


2/11/11

Halterofilia homofilia heterología y alteridad radical

Eres tú, Concha mía, mi costumbre

Miguel de Unamuno

En la ginecología filosófica contemporánea existen dos grandes preguntas, dos formas de una suerte de asombro metodológico, que son dos puntos de arranque si no opuestos sí diferentes en relación al enigma de la feminidad. El a quo, el punto de partida, probablemente venga a ser el mismo, la pregunta por la mujer desde una suerte de lugar dominado por el asombro. Se trata evidentemente de una ginecología presocrática, el escaño de una problemática psicológica más bien de orden onto-cosmológica. Por un lado la gran pregunta de Freud -¿Qué quiere la mujer? (Was will das Weib?)- y por el otro la menos pomposa –por desapercibida- de Macedonio -¿Cómo será ser mujer?-. La primera invoca a una tradición germana que Freud no desconocía en lo más mínimo aunque quería espantar de sí, la del pensamiento concerniente a la voluntad sobre el que se levantan dos monumentos filosóficos colosales que pesaban como lastres en el médico austríaco: Schopenhauer-Nietzsche. La otra remite a aquella otra tradición sí estrictamente presocrática, la del pensamiento sobre el ser, presuntamente recuperada del “olvido” milenario por Heidegger. Ante el citado misterio, Macedonio y Freud, dos corpus fundados en la tradición –o en el contexto- del biologismo positivista, rompen doblemente las expectativas de lo científico y lo filosófico, uno por la vía de una “psicología profunda” que se desborda más allá del –principio del- placer hacia el delirio originario de Empédocles, con sus genealogías cosmogónicas del Amor/Odio, y el otro… el otro, en fin, desde una especie de gran patografía proto-deconstructiva que bajo el impulso difuso de “completar” el pragmatismo (de James) desmantela todo y apenas alcanza a esbozar una suerte de Metafísica de la Afección, una especie de subjetivismo absoluto sin ningún sujeto posible. En los dos casos esta gran pregunta funcionó puntualmente a los efectos de “codear fuera a Kant”, en el sentido de que puso en tela de juicio cierta pertinencia central de aquella pregunta por “¿Qué es el hombre?”. Freud y Macedonio aportan sus óbolos a la desaparición del hombre diagnosticada minuciosamente en los 60 por “Las palabras y las cosas”. Una eventual nueva Crítica de la Razón Pura se llevaría a cabo con ese “hombre” codeado fuera.

Volviendo al asunto del principio, que sería como regresar del asunto del “conocimiento” al asunto del “saber” (ya no en los términos de la arqueología fucoltiana sino de la ontogénesis froidiana), barajar un par de hipótesis. Finalmente qué quiere la mujer no es lo mismo que preguntar cuál es su objeto de deseo. Lo que le gusta a la mujer, parecería ser, es la mujer, en cambio aquello que quiere es aquello que en principio no tiene. Se podrá encontrar –hagamos alguna hipótesis yeitera- al gran viudo de las letras argentinas como un precursor exótico y forastero del Queer. El motete de los delecianos del “devenir mujer” es una forma de ascesis que podría reportarse a los imperativos de aquella pregunta, por decir así, onto-empirista de Macedonio (onto porque pregunta por el ser, empirista porque plantea una respuesta desde el cómo) y se podría leer todo ese ejercicio escritural denominado Osvaldo Lamborghini –esa forma de homotextualidad- como un gran trabajo práctico o trabajo de campo organizado a partir de aquella inquisición fernandeciana. Macedonio va del sobretodo al taparrabos y del taparrabos al desnudo –como política quínica de lo mínimo o como proyecto de retorno a la naturaleza-. El más allá de Lamborghini es el mimetismo travesti. Finalmente volver a la máxima de "La guerra de los gimnasios", de aquel discípulo de Lamborghini que llevó el travestismo trangresivo y autoficcional del maestro del fragmento a la “vuelta al relato”, de la violencia a la puerilidad y del reviente al departamentito matrimonial: “provocar deseo en las mujeres y miedo en los varones”, tiene su linaje evidentemente macedoniano, y su revés –froidiano, es decir relativo al querer-, un quiasmo siniestro, sería: provocar el miedo en las mujeres y el deseo en los varones. ¿Hasta que punto se genera "deseo en las mujeres" por ir al gimnasio? (…) Podríamos reformular la pregunta inicial del hedonismo muscular de Flores que pinta Aira: ¿para qué se va al gimnasio? Para transformarse en "mujer".





-La vulgaridad es un lujo-

Susvín... rompió


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Un idiota que reclama que le sea reconocido un saber...